17/09/2013
Por Susana Merlo
No hay dudas
de que la carne vacuna es, por lejos, el producto más emblemático de la
Argentina y el que retiene, aún, el más alto prestigio mundial, a pesar de la
bajísima performance exportadora que tuvo en los últimos años, y que llevó al
país casi a desaparecer del mercado cárnico internacional.
Tanto es así que hoy apenas se alcanza el
6%/7% de ventas al exterior sobre el total de lo producido, uno de los
porcentajes históricos más bajos, casi asimilable a los volúmenes de 2001 cuando
el repentino brote de fiebre aftosa provocó el cierre automático de
prácticamente todos los mercados externos para este producto.
Pero a pesar de todo esto, la “carne”
argentina sigue manteniendo ese halo de prestigio que ostentan contados
productos: el caviar ruso, los quesos franceses o el salmón noruego, entre unos
pocos más.
Solo son: “los mejores del
mundo”.
Y así los reconocen prácticamente todos
los turistas de cualquier origen que pisan la Argentina y que lo primero que
demandan es un bife argentino.
También se comprueba por la persistencia
de los clientes internacionales que, a pesar de los permanentes incumplimientos
de los compromisos en los que se incurrió en estos años (hasta la antes
codiciada Cuota Hilton, de cortes especiales para Europa, que hoy supera los
US$15.000 por tonelada, lleva 7 años seguidos de cumplimiento apenas parcial),
siguen demandando el producto, aunque debieron suplir, mientras tanto, el
abastecimiento faltante desde otros orígenes. (Brasil, agradecido…).
Pero así como es indiscutible la
representatividad de la carne vacuna argentina en el mundo, también resulta ser
uno de los más claros ejemplos, sin lugar a dudas, del resultado final de las
políticas oficiales. Y después de 10 años de administración, obviamente no hay
posibilidades de inventar otro responsable.
La sumatoria de intervenciones en los
mercados, cierre/restricción de las exportaciones, cambios permanentes en las
reglas de juego, pérdida continua de competitividad o aumento de los costos
internos, entre otras varias razones, muchas justificadas oficialmente desde la
“defensa de la mesa de los argentinos”, llevaron al retroceso de la Argentina en
los mercados internacionales donde, en los últimos años, pasó de tener más de
10% del mercado mundial (lo que hoy correspondería a exportar cerca de un millón
de toneladas anuales), a menos de 3%.
De hecho, las apenas algo más de 200.000
toneladas exportadas el año pasado representan solo el 6% del total de carne
producido localmente, cuando el promedio histórico de participación de las
exportaciones es cercano al 20%.
Es difícil explicar como estando el
mercado internacional firme, y con demanda creciente, con los precios
internacionales cercanos a los récords históricos (alrededor de US$6.000 la
tonelada promedio, cuando llegó a estar en pisos de US$600/700 por tonelada en
los ´60), es posible que el país que tiene el producto más reconocido
internacionalmente pierda mercado mundial en lugar de ganarlo.
Semejante explicación es casi tan difícil
como justificar el mantenimiento de derechos de exportación (retenciones) a un
producto que casi se está dejando de vender en el exterior.
¿Alguien, en el Gobierno, habrá sacado la cuenta del sacrificio fiscal que representaría la eliminación de este gravamen en las actuales circunstancias?
¡Pues no más de US$60/80 millones
anuales!
Pero, por otra parte, ¿alguien se hará
cargo de que los ingresos de divisas por este rubro hoy apenas ronden los US$200
millones cuando en realidad, deberían estar superando ya los US$4/5.000
millones?
¿Y los frigoríficos que se cerraron? ¿Las
fuentes de trabajo que se perdieron?
¿Los capitales externos que habían
invertido en el sector (como los brasileños) que se fueron ante la incorregible
política oficial? ¿No hay ningún gobernador de las provincias más afectadas
(Santa Fe, Buenos Aires, Córdoba) que esté dispuesto a defender los intereses de
su territorio ante la administración nacional?
Ni hablar de los consumidores locales, que
tampoco fueron beneficiados por esta política, al contrario. O los productores
ganaderos, que terminaron liquidando más de 20% del stock vacuno (unas 11/12
millones de cabezas), y que tras un breve recuperación (de no más de 3 millones
de cabezas), ahora vuelven a parar la recomposición para, probablemente, volver
a liquidar stock (mientras todos los países vecinos siguen creciendo) excepto,
claro está, que haya un abrupto cambio en las políticas domésticas, en las que
se privilegie la producción por sobre el gasto público, el crecimiento genuino
por sobre los datos virtuales y la propia generación de divisas por encima del
endeudamiento, externo e interno.
La carne vacuna puede constituir un aporte
de magnitud en este sentido.
Por el contrario, si no se pueden
incrementar las exportaciones en forma inmediata, se cometerá nuevamente el
pecado de llevar al abismo a una de las actividades más reconocidas del
país.
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