Viernes 27 de Septiembre de 2013
Por Gabriel Boragina
Es bastante frecuente que en la sociología
político-económica los términos pobreza e igualdad se traten como sinónimos
Asimismo, ambas suelen relacionarse como un
verdadero problema socio-político-económico. Sin embargo, darles este empleo
sinónimo es bastante desacertado. La pobreza y la desigualdad son cosas
distintas. También es incorrecto tratar ambos conceptos como “problemas
sociales”, ya que si bien la pobreza si es efectivamente un problema -y por
cierto muy severo-, la desigualdad -en cambio- no lo es. Intentaremos de
ilustrar lo hasta aquí dicho con un ejemplo.
Supongamos que tenemos cuatro personas: A, B, C,
y D. Imaginemos que A tiene una mansión, B posee una fábrica, C un caballo y D
cinco gallinas. Lo primero que salta a la vista es que A, B, C y D son todos
ellos desiguales entre sí, tanto en lo que respecta a sus propias personas como
en lo que se refiere a sus bienes. Si A es Juan y B es Pedro, resulta evidente
que Juan no es igual a Pedro.
En cuanto a sus posesiones, a pesar de tener
bienes mas “valiosos” que los que poseen C y D, A y B son desiguales entre si y,
recíprocamente, pese a tener bienes menos “valiosos” que los que poseen A y B; C
y D también son desiguales entre sí. Considerada, ya sea en forma horizontal o
vertical, en forma cruzada o directa, entre los cuatro existe la más completa
desigualdad. Ahora bien, desde otro ángulo, puede decirse que C y D son “pobres”
respecto de A y B, y que estos últimos son “ricos” respecto de los primeros,
donde las mansiones y las fábricas se consideran “mayor riqueza” que los
caballos y las gallinas.
Figurémonos ahora que el gobernante de la isla
donde viven A, B, C, y D, (que llamaremos G) decide -en un emotivo acto de
“justicia social”- “limar las desigualdades” entre los primeros, trasfiriendo
-como hacen todos los gobiernos del mundo- la riqueza o los ingresos de los
“ricos” en dirección hacia los “pobres”, para lo cual resuelve entregar media
mansión de A a C, y media fábrica de B a D. Con lo que C pasará a tener un
caballo y media mansión (que antes pertenecía a A) y D ahora tendrá en propiedad
media fábrica y las cincos gallinas que antes poseía, en tanto que A sólo le
quedará media mansión y a B media fábrica.
¿Ha eliminado o reducido G las desigualdades entre ellos?
Obviamente la respuesta es no. Siguen siendo los cuatro tan desiguales como lo
eran antes del reparto del “estado social” o “benefactor”. No obstante lo cual,
ha habido un cambio significativo ¿cuál es? Podría decirse que ahora -a primera
vista- A y B son más pobres que antes y C y D menos pobres que antes del reparto
del “justiciero social”, pero si miramos más de cerca notaremos que media
mansión no tiene utilidad alguna y -por lo tanto- ningún valor en el mercado,
como no lo tiene medio auto, sino el coche completo. Lo mismo sucede con la
media fábrica de B (y ahora de D) a ninguno de ellos le servirá para nada,
porque lo útil y valioso era la fábrica entera y no las mitades
divididas de ella. Ni media mansión le sirve para vivir a nadie, ni media
fábrica le sirve para producir ni trabajar a nadie. Con lo que, en suma, los
cuatro A-B-C y D han resultado hundidos todos ellos en la más absoluta pobreza.
Moraleja: el redistribucionismo y las “políticas sociales de reparto” y de
“justicia social” lo que redistribuyen y reparten es más miseria para todos.
Pero, y esto es lo más relevante y significativo: no disminuyen las
desigualdades, que ya existían antes, existen ahora y seguirán existiendo en el
futuro, con o sin la intervención del gobierno. Lo que sí hizo el gobierno es
agudizar las desigualdades entre los cuatro, y destruir la riqueza que existía
antes de la intervención.
No se redujo la pobreza sino que simplemente se
le dio otra dirección diferente. Incluso si la mansión y la fábrica pasan
íntegras a C y D, tendremos invariable desigualdad y a la vez más pobreza.
Por supuesto, A, B, C, y D pueden ser una,
ciento, miles o millones de personas y, de la misma manera, las mansiones,
fábricas, caballos y gallinas pueden ser 1, 100, 1000 o millones. Podrán ser
aviones o frutas, buques o zapatos, o sus equivalentes en dinero. El resultado
final siempre será el mismo, se traten de los bienes o servicios que se
traten.
El verdadero problema social es la pobreza
y no la desigualdad, y en tanto la pobreza tiene solución
incrementando la riqueza existente mediante la producción, el ahorro y la
capitalización del mismo como sólo lo hacen –y pueden hacerlo- los mercados
libres, la desigualdad no constituye “problema” alguno, como acabamos de
demostrarlo. La desigualdad sólo consiste en un dato de la realidad y nada más
que eso. Es cierto que mesiánicos megalómanospueden llegar a
ver (y proclamar a) la desigualdad como “problema”, pero tarde o temprano habrán
de convencerse que, si así quieren considerarlo, comprobarán que como tal, no
tiene “solución” alguna. Y no tiene “solución” porque no es un “problema”. La
“desigualdad” es meramente la excusa perfecta que tienen los envidiosos del
éxito ajeno para tratar de arrebatarles por la fuerza o mediante artilugios
político-legales, los bienes que los envidiados poseen en legítima ley.
Mientras los pretensos reformadores sociales de
buena fe (de los de mala fe no hay nada que decir, excepto que parece ser que
cada vez son más) no se concentren en la solución del verdadero
problema que es la pobreza y -en cambio- erróneamente
sigan enfocados en el falso de la desigualdad, la pobreza será cada vez mayor y
más extendida en un mundo que fue, es y será siempre desigual. Y la solución a
la pobreza es la creación de riqueza, la que sólo el mercado libre y el
capitalismo garantizan.
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