28/02/16
Trama política
El Presidente ha dado un impulso virtuoso a la política exterior. En cambio, varias decisiones internas desnudaron problemas entre el objetivo pregonado y la ejecución.
La agenda internacional le ha permitido a Mauricio Macri disimular en este tiempo ciertos sofocones que le provoca la agenda doméstica. Aquellas luces parecieran brillar más de lo normal porque iluminan una nación que se había habituado a la penumbra. La visita del premier francés, François Hollande, fue la primera de un mandatario galo en casi 20 años. La anterior correspondió a Jacques Chirac en 1997. Inexplicable para una Argentina que en la última década hizo de la bandera de los derechos humanos una de sus políticas dilectas. Francia fue refugio para cientos de exiliados y socio inclaudicable cuando hubo que hurgar en el horror de los desaparecidos.
Antes de Hollande había pasado Matteo Renzi, el joven premier de Italia. La apertura al universo tendrá un punto culminante el mes próximo con la llegada de Barack Obama. El mandatario de Estados Unidos arribará en una fecha dolorosa para la memoria del país: estará el 24 de marzo, cuando se cumplan los 40 años del golpe militar que derivó en una dictadura sangrienta. Ni el Gobierno ni Washington desearían que esa coincidencia en el calendario ensombrezca el intento de reparación de un vínculo que se descompuso desde la participación de George W. Bush en la cumbre Iberoamericana en Mar del Plata, en 2005. Dependerá de la destreza diplomática de ambos países que no se hieran aquí susceptibilidades. Y evitar que la oportunidad se convierta en otra frustración.
El encuentro de Macri con Francisco en el Vaticano podría ser interpretado en doble faz. El Papa representa, sin dudas, el liderazgo mas potente del mundo en una época declinante en calidad moral y valor de la palabra. Pero Su Santidad, por procedencia, remite inevitablemente a la Argentina. En cada gesto y cada palabra. Quizás por ese motivo el Presidente incluyó a dos gobernadores peronistas (Juan Manuel Urtubey y Rosana Bertone) en su comitiva. El salteño exhibe el pergamino de haber establecido la educación religiosa en la escuela pública. La fueguina se opuso a la ley del matrimonio igualitario. ¿Un intento de golpe emocional al corazón de Jorge Bergoglio? El rostro del Papa, al menos ayer, no lo trasuntó.
La reunión arrojó una lectura sobre todo local. Macri necesitaba acortar la distancia que se había tendido con el Vaticano a partir de intensos rumores nunca debidamente aclarados. Primero aquel saludo sólo protocolar luego de su asunción el 10 de diciembre. Luego el presunto pedido de una audiencia no respondida cuando el Presidente viajó en enero al foro económico de Davos. Por último, la sobreinterpretación que se concedió al interés papal por la detención de Milagro Sala. La piquetera está presa, parece agravar cada día su situación judicial y simboliza uno de los lastres de la herencia kirchnerista: la del Estado casi clandestino, prepotente y extorsivo.
Aquella distancia que podrá estrecharse a partir de la cumbre de ayer pareció, tal vez, mas grande de lo que era por el trato que Francisco dispensó a Cristina Fernández, luego del trastorno que provocó a la ex presidenta su coronación como Papa. Ese lazo se selló cuando ambos se encontraron en el Vaticano mientras la administración kirchnerista atravesaba en marzo del 2014 una de las crisis económicas mas severas. Francisco enarboló una frase que brindó anclaje al entonces flameante poder presidencial: “Hay que cuidar a Cristina”, aconsejó. La dirigencia argentina (política, gremial, empresarial y social) hizo caso al mensaje en una coyuntura de elevada incertidumbre.
El encuentro con Francisco no persiguió otro objetivo que el de superar el presunto desencuentro. Con Renzi, Hollande y Obama la meta adquiriría otra ambición. Macri se propone hacer circular de nuevo a la Argentina en la escena internacional. También pedir socorro para ordenar el frente externo destartalado que dejó el kirchnerismo. En especial, el pleito con los fondos buitre cuya solución cercana demandará al país un esfuerzo financiero gigantesco en comparación con el que hubiera devenido de una negociación también ingrata pero cerrada a tiempo. Renzi y Hollande celebraron la posibilidad de este encauzamiento. El secretario del Tesoro estadounidense, Jack Lew, se estaría ocupando de ablandar a los usureros intransigentes.
La colaboración de aquellos tres fue posible por la estrategia urdida por el ministro de Hacienda, Alfonso Prat-Gay, y su secretario de Finanzas, Luis Caputo. ¿En qué consistió? En negociar de modo autónomo con los grupos de acreedores. Empezando por los pequeños que pretendían una solución. Prat-Gay apuesta a que el cierre total atenúe el descrédito argentino en el exterior y permita la llegada de capitales que ayuden a aliviar la situación interna. Donde la inflación tenaz, el amesetamiento productivo, la perentoriedad de un ajuste y las demandas sociales constituyen una combinación inquietante. Aquella apuesta andaría en una carrera contra reloj: ¿por qué razón fluirían con tanta rapidez los capitales hacia un país que desde hace décadas transita entre repetidos bandazos y la inestabilidad?
El macrismo supone haber trazado en el plano externo un primer círculo virtuoso. Ocurre que la misma geometría no siempre se replica en el plano local. “La brocha gorda anda bien. La brocha fina no tanto”, señaló un ministro. La ilustración apuntó a varias cosas. El Presidente anunció hace diez días una rebaja del impuesto a las ganancias. Pero aún no existe certeza sobre la cantidad de beneficiados. El Gobierno había fijado en 25% la pauta para iniciar las discusiones paritarias. María Eugenia Vidal venía pulseando en Buenos Aires con los docentes en torno al 24%. Pero el ministro de Educación de la Nación, Esteban Bullrich, comunicó un incremento superior que los maestros supieron traducir a un 40%. Aunque no fuera estrictamente así. Ese porcentaje quedó instalado y complicó la situación.
Vidal maldijo a Bullrich. La gobernadora bonaerense navegó en un dilema: no flexibilizar la oferta para no necesitar dinero que no tiene o debutar con un paro de docentes. La huelga no hubiera sido inocua tampoco para los sindicalistas. Macri prefirió no someterse tan temprano a ese albur. Vidal sorteó el conflicto subiendo su oferta el 10%. Requerirá para cumplirlo de una cuarta remesa extra de fondos del Gobierno nacional.
Le guste o no al Gobierno, ese desacople político podría acarrear otras consecuencias. Nadie supone que las paritarias de estatales o privados podrán respetar aquel 25%. Era el número de referencia inflacionaria proyectada por el macrismo para este año. Imposible de lograr con el alza de precios de enero y el que se vislumbra para febrero. De nuevo aquella alusión a la brocha gorda y la brocha fina. Una de las primeras decisiones del Gobierno fue restaurar el Instituto de Estadísticas y Censo (INDEC) que Guillermo Moreno, el ex secretario de Comercio, hizo trizas. Pero demasiado rápido estalló una diferencia entre su titular, Jorge Todesca, y la especialista Graciela Bevacqua. Esta funcionaria fue desplazada y abrió una grieta en la confianza previa indispensable para encarar la tarea. La crisis llegó al interior de Cambiemos y constituyó otro argumento que atizó el miércoles pasado la huelga de la CTA (Confederación de Trabajadores Argentinos) contra el Gobierno.
Esa movilización habría desnudado otro costado oficial quizás improvisado. La ministro de Seguridad, Patricia Bullrich, anunció el jueves 18 la puesta en marcha del protocolo antipiquetes, al cual sólo cuatro provincias dieron la espalda. Se dijo que ese mismo día había sido evitado un corte sobre el Puente Pueyrredón. La Capital fue nuevamente un pandemonio y el protocolo nunca apareció.
La Ciudad sería, justamente, un laboratorio experimental para esa medida. De los 6.805 cortes que registró la Argentina en el 2015, un promedio de dos o tres por día sucedieron en suelo porteño. El intendente tendría ahora una dificultad: recién inició el proceso de traspaso de la Policía Federal a su órbita. Debe hacer un empalme con la Metropolitana. Tarea menuda. No estaría para pensar en protocolos.
Esas pruebas de ensayo y error, en cambio, no correrían ya para el macrismo en su vínculo con la oposición. Macri escarmentó con aquel DNU por el cual pretendió imponer en la Corte Suprema a Horacio Rosatti y Carlos Rosenkrantz. El peronismo lo obligó a retroceder. A partir de ese momento, aprendió a tomar el camino correcto: todas las negociaciones, incluso la de los docentes, han tenido como punto de partida la estación de los gobernadores peronistas. Así se tornaría más sencillo enhebrar acuerdos en el Congreso. Todos los DNU del inicio de la gestión presidencial han sido virtualmente aprobados. Con contraprestaciones: el 15% de coparticipación que Cristina dispuso por decreto irá finalmente a las provincias. Pero distribuido en cinco años.
Tal orientación abriría expectativas a futuro. Al menos, si se decodificó debidamente el último plenario peronista. En el Congreso del PJ los mandatarios provinciales ratificaron la renovación de autoridades para mayo. Conformaron una junta electoral con prescindencia total del ultrakirchnerismo.
Allí fue posible observar a Carlos Zannini, todopoderoso hace apenas 70 días, deambular en silencio y soledad. Tampoco se oyeron siquiera menciones a Cristina. La ex presidenta deberá declarar en abril ante el juez Claudio Bonadio por aquella venta turbia del Banco Central de dólares a futuro. Pinturas de una época agotada.
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