Martes 25 de marzo de 2014
Por Carlos Berro Madero
La mejor definición ontológica de la verdad,
es probablemente la del filósofo italiano Manlio Sgalambro cuando dice: ”suelo
definir a veces la verdad como el mundo sin el hombre”
Ante los murmullos inconexos que desata en la
oposición el ocaso del kirchnerismo, surge un pensamiento instintivo por simple
asociación de ideas: si se lograra la desaparición de determinado “tipo” de
hombres, podría quizá reducirse sensiblemente el margen de maniobra de quienes
suelen atosigarnos con sus verdades “significativas”.
¡Qué bien le cabría esto a una gran mayoría de
nuestros políticos!
Esos señores sentados en las poltronas a las que
acceden luego de celebrar sus grandes batallas electivas, que mienten y
fantasean sin pudor ni límite alguno, evidenciando su poco interés en reconocer
la realidad. Esa realidad con la que van tropezando no obstante a cada paso.
Asemejándose, como diría Ortega, a esos toscos
labriegos que con sus dedos gruesos y torpes pretenden tomar una aguja de coser
que se halla sobre una mesa, sin lograrlo jamás.
A través de sus habituales embustes y
“exacciones”, nos recuerdan una metáfora humorística de Nietzsche: “el bandido y
el hombre poderoso (en nuestro caso cualquiera de dichos políticos) que promete
a una comunidad protegerla del bandido, son tal vez dos seres similares, con la
única diferencia de que el segundo logra su beneficio de una forma distinta del
primero, esto es, por medio de contribuciones legales que la sociedad le abona
regularmente, y no por botines de guerra”
.
Claro está que para que exista un político
macaneador al acecho, hace falta una sociedad permisiva y crédula de sus
paparruchas, tratando de colmar sus ansias de vivir al conjuro de una cierta
magia.
¿Qué hemos hecho los últimos años en el país para
consolidar la democracia y dirigir nuestra “razón” hacia las metas superiores
que ésta nos exige?
La cuestión es muy compleja y envuelve delicadas
consideraciones de honradez moral e intelectual.
Muchos ciudadanos, sometidos a las urgencias de
lo cotidiano y a la ínfima batalla por sobrevivir, nos hemos sentido inundados
por el agobio de nuestras preocupaciones de familia y emprendimientos
personales, SIN LEVANTAR LA NARIZ DEL SURCO QUE IBAMOS ARANDO.
Al hacerlo, ignoramos las señales que teníamos a
la mano para “desechar” a los fabuladores que pueden ser descubiertos según las
reglas de Ortega y Gasset: “si alguien se obstina en afirmar que cree que dos
más dos igual a cinco y no hay motivo para suponerlo demente, debemos asegurar
que no lo cree, por mucho que grite y aunque se deje matar por sostenerlo”.
Esos mismos fabuladores que cultivan una política
hoy seudo “progresista” y ayer falsamente “neoliberal”, que aún frente al
fracaso siguen ensayando los acordes de sus instrumentos desafinados.
Fernando Savater recuerda un diálogo de la
película “Charada”, donde Audrey Hepburn le pregunta quejosa a Cary Grant por
qué todo el mundo miente. Experto en la administración de falsedades en dicho
film, Grant le responde: “Porque desean algo y temen no conseguirlo diciendo la
verdad”. Le hubiera faltado añadir, sigue diciendo Savater, que en última
instancia, tienen aún menos probabilidades de lograrlo mintiendo.
Algunos de nuestros políticos deberían poner
estas reflexiones bajo la almohada por las noches con el fin de que les quedaran
grabadas en su memoria inconsciente mientras duermen.
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