miércoles, 9 de octubre de 2013

Un gobierno con dos presidentes interinos











Cristina Kirchner fue edificando un gabinete que depende exclusivamente de ella. Es ella o la parálisis. Todo el sistema del poder gira alrededor de la Presidenta. Esa manera de gobernar la colocó en una centralidad política con pocos antecedentes en la historia. Los líderes parlamentarios del oficialismo, por ejemplo, carecen de iniciativa propia. La iniciativa es de la Presidenta. El Gobierno intentó trasladar el método a la Justicia para conducir los tiempos y las decisiones de los jueces. Lo consiguió muchas veces, aunque con notables excepciones.

Nadie puede negar que el sistema le sirvió a Cristina Kirchner para construir una monumental maquinaria de poder, que conduce ella casi en absoluta soledad. Chocó sólo con el último domingo de elecciones, en las primarias de agosto, cuando ya no decidía el poder, sino la gente común. Pero volvió a tropezar el sábado con otro obstáculo indomable: la salud.

Aquél método de exacerbado centralismo dejó de ser benéfico para sus intereses políticos y se está convirtiendo en un escollo para sus intereses personales. Cristina Kirchner se encontró, al final del día, con los límites físicos que tiene cualquier ser humano.

La exitosa operación quirúrgica de ayer pronostica que Cristina volverá a la normalidad. Pero no habrá una normalidad rápida. Toda intervención en la cabeza de una persona requiere de especiales y prolongados cuidados hasta regresar al momento previo al comienzo de los trastornos. Volver al trabajo le llevará entre un mes y 45 días a partir de ahora, según la opinión de casi todos los médicos. Necesitará, inclusive, un período para rehabilitar plenamente el brazo que perdió fuerza muscular. La normalidad es el escenario más probable para el futuro de ella.

Pero, ¿qué es la normalidad para ella? En ese punto es cuando parece producirse una disidencia implícita entre el criterio habitual de la Presidenta y la opinión de los médicos. 

Éstos sostienen que durante dos o tres meses ella deberá hacer una vida mucho más serena que la que está acostumbrada a llevar. Podrá trabajar después de aquel plazo, pero no debería volver inmediatamente al trabajo de 18 horas por día. Los viajes en avión deberían quedar reducidos a los imprescindibles y sería mejor, dicen los médicos, si los evitara por completo durante unos 90 días. Un problema de difícil solución consiste en que cuando abandone la Fundación Favaloro, dentro de cuatro días, ya no estará en manos de los prestigiosos médicos que la tratan. Volverá a prevalecer su voluntad.

Es razonable que la Presidenta se pregunte cómo hará para trabajar menos horas con ministros que sólo esperan que ella les diga qué harán. ¿Podría imaginarse, acaso, una situación en la que Héctor Timerman resolviera uno solo de los muchos conflictos internacionales que tiene la Argentina? ¿Está el jefe de Gabinete, Abal Medina, en condiciones de dar instrucciones a los ministros sin el aval previo de la Presidenta? ¿Podría Hernán Lorenzino disponer qué medidas tomarán Axel Kicillof o Guillermo Moreno? El viejo método se le ha vuelto en contra: todos esos funcionarios son inservibles si no está ella. El funcionamiento del sistema necesita de una presidenta concentrada en la administración todas las horas en las que está despierta. Y también cuando duerme.

Es absolutamente improbable que disponga un radical cambio del gabinete durante su convalecencia. El único camino que le queda es delegar muchas de sus funciones en alguna persona de su estricta confianza personal. A pesar de que hace poco, en uno sus recientes reportajes electorales, dijo que no confiaba en nadie más que en sus hijos, es posible deducir que Carlos Zannini es el único funcionario que cumpliría con los requisitos mínimos.

 Pruebas al canto: en este momento hay dos presidentes: uno formalmente interino, Amado Boudou, y otro de hecho, Zannini. El conflicto sucede cuando se advierte que la única persona con poder real en el Gobierno es un funcionario que nunca fue elegido para nada.

 A Zannini le bastó con cultivar incansablemente la confianza de dos personas: el matrimonio Kirchner. Con esa cosecha, magra e imponente al mismo tiempo, lleva diez años como uno de los hombres más poderosos del país.

Beatriz Sarlo ha dicho en estos días que la enfermedad le evitará a Cristina Kirchner otra noche como la del 11 de agosto. En efecto, nadie le pedirá el 27 de octubre que se haga cargo personalmente de una derrota. Estará recluida en Olivos, no frente a las cámaras de televisión. Otra pregunta común en las últimas horas se refiere a las consecuencias electorales de los contratiempos físicos de la Presidenta. ¿Podría el "efecto lástima" cambiar los resultados de las elecciones de agosto pasado? ¿Existe realmente el "efecto lástima"?

Existen, por ahora, primeras y precarias mediciones de opinión pública tras el percance presidencial. Una mayoría importante considera que no se trata de un episodio grave en la salud de Cristina y que ella volverá a ser como era dentro de poco tiempo. Tal vez esa percepción social de que nada es peligroso espoleó una suba de su imagen positiva de sólo dos o tres puntos. Nada relevante. La Presidenta tiene, no obstante, una imagen positiva superior al total de los votos que cosechó en agosto pasado, pero eso ya se había producido antes de la crisis en su salud. "Los números se han movido un poco, pero Insaurralde no ganará por esto en la provincia de Buenos Aires ni Macri perderá la Capital, si esa es la pregunta", resumió un encuestador.

Una contradicción irresuelta del Gobierno son las imágenes opuestas que deja la novedad. Una presidenta otra vez internada y operada dentro de una larga saga familiar llena de problemas de salud. Esa es una imagen que podría sensibilizar a sectores de la opinión pública. La otra figura es la del impopular Boudou en permanente exhibición pública. La foto que lo mostró arriba de una moto en Brasilia, justo cuando aquí se daban los primeros informes sobre la enfermedad presidencial, no ha hecho más que subrayar los rasgos de su incesante frivolidad. Boudou no es un extraterrestre ni nadie la obligó a la Presidenta a colocarlo donde está. Ella lo llevó ahí.

El cerrado círculo que gobierna en nombre de Cristina decidió abocarlo a Boudou a los menesteres protocolares para sacarlo de cualquier injerencia en cuestión de la administración. No tiene ni tendrá poder, pero la misión que le dieron lo expondrá cotidianamente ante la opinión pública. Es el presidente en ejercicio del país. Es el lugar incorrecto en el momento inoportuno. La Presidenta no tiene la culpa de su enfermedad, pero carga con un error político que ahora está a cargo del destino colectivo de los argentinos.

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