Viernes 25 de octubre de 2013 | Publicado en edición
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Por Fernando Laborda | LA NACION
Hasta la intervención quirúrgica a la que se sometió Cristina
Kirchner, aun cuando las decisiones del Gobierno fueran equivocadas, todos
sabían que era la Presidenta quien las tomaba. Hoy ya no hay certezas sobre
quién puede llegar a tomar una decisión.
El ministro del Interior y Transporte pareció tensar aún más la relación con el vicepresidente al expresar: "Si me da una orden la cumpliría, pero lo más probable es que eso no ocurra".
Es creíble que, como se dejó trascender desde la Casa Rosada, Randazzo en los últimos meses haya intercambiado ideas con la Presidenta sobre la alternativa de estatizar la trágica línea Sarmiento. Pero sorprende que no haya tenido la delicadeza de comunicarle la decisión a Boudou. Y mucho más llama la atención que el ministro se haya jactado públicamente de no haberlo hecho. Da cuenta del triste papel del vicepresidente, del desprecio que éste merece en el propio gabinete y de cuánto podría durar si, por alguna razón, Cristina debiera resignar el Poder Ejecutivo.
La revista The Economist sintetizó la semana pasada el presente de Boudou: "El despeinado vicepresidente de la señora Fernández la ayudó a lograr su reelección en 2011 rasgueando su guitarra a lo largo del país. Pero ahora tiene la peor reputación entre todos los miembros del Gobierno".
El gesto de Randazzo es también una señal de la descomposición del poder kirchnerista y del acercamiento del final de un ciclo.
Sergio Massa confió poco antes del inicio de la veda electoral que al menos cinco intendentes enrolados en el oficialismo lo llamaron para pedirle boletas de diputados nacionales del Frente Renovador. Es probable que haya algo de estrategia de marketing en esa revelación del jefe comunal de Tigre, que aspira a aumentar así su ventaja sobre Martín Insaurralde a más de diez puntos.
Pero también es muy factible que estemos ante un indicador de que, en un movimiento como el peronismo, donde lo único que no se perdona es la derrota, se esté incubando la traición.
Muchos barones del conurbano, sobre todo de la tercera sección electoral, se juegan la gobernabilidad en sus municipios para los próximos dos años y estarían distribuyendo sus listas de concejales junto a la de legisladores nacionales de Massa. Con Cristina Kirchner alejada de la gestión, el campo para la traición es más propicio.
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