Viernes 11 de octubre de 2013 | Publicado en edición
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Por Fernando Laborda | LA NACION
Sectores kirchneristas imaginaron en cierto momento que la intervención
quirúrgica a la que se sometió Cristina Kirchner podría provocar un cambio de clima capaz de desatar
una corriente de apoyo popular que modificara las negativas perspectivas
electorales del oficialismo. Pero el antecedente de los beneficios que les
reportó en términos electorales la muerte de Néstor Kirchner no es comparable al
actual episodio vinculado con la salud presidencial.
Forzada por las circunstancias, la opinión pública ha comenzado a imaginar una Argentina sin Cristina. Y, en adelante, pese al éxito de la operación por el hematoma craneal, la salud de la Presidenta será objeto de un minucioso seguimiento por parte de todos.
A la debilidad propia de una mandataria sin posibilidad de ser reelegida y que, según el resultado electoral, podría ver seriamente dañada su capacidad para imponer un candidato a sucederla, se suma la incertidumbre por la fragilidad de la salud presidencial. Por si esto fuera poco, se añaden la aparición en primer plano de la desgastada figura de Amado Boudou y los problemas de un gobierno que no sólo no encuentra el rumbo económico, sino que se ve sometido a pugnas internas en lo que podría llamarse su "equipo económico", para las que hasta ahora no ha habido otro árbitro que la propia Cristina.
En estas horas, dominan la escena económica los tironeos entre Guillermo Moreno, Axel Kicillof y Mercedes Marcó del Pont, quienes no se ponen de acuerdo acerca de la mejor forma de llegar a un acuerdo con las grandes empresas cerealeras para que éstas traigan fondos en el exterior a la Argentina. Aun cuando la Presidenta está lejos de dominar esas cuestiones técnicas, no parece fácil que el conflicto se pueda resolver con ella de licencia. La fragilidad de la salud presidencial ha puesto al descubierto las limitaciones de un estilo personalista, centralista y radial.
A nadie podría ocurrírsele que Boudou pudiera mediar en ese entuerto. En sus primeras 72 horas al frente del Poder Ejecutivo, hubo demasiadas señales de que no debería ser más que un presidente protocolar. Ayer, hasta el vicegobernador bonaerense, Gabriel Mariotto, se encargó de ponerle un límite. Y ningún intendente del conurbano quiere compartir con el vicepresidente un acto de campaña.
El problema nuevo fue bien resumido por el economista Roberto Cachanosky: antes Cristina tomaba decisiones equivocadas y ahora no sabemos si alguien puede llegar a tomar una decisión.
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