Martes 08 de octubre de 2013 | Publicado en edición
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EDITORIAL
Alarma la forma parcial, tardía y escueta con que el Gobierno informó sobre el traumatismo de cráneo de la Presidenta y sus consecuencias
La Presidenta será sometida esta mañana a una intervención quirúrgica en el
Hospital Universitario de la Fundación Favaloro para proceder a la
eliminación de un hematoma en su cabeza, producto de una caída que sufrió el 12
de agosto último, y de la cual la ciudadanía sólo se enteró en la noche del
sábado pasado, cuando el vocero presidencial informó, en forma más que escueta,
parcial y lacónica, que Cristina Kirchner padecía un
problema de salud hasta ese momento desconocido.
Finalmente, queda de manifiesto el grosero error que cometió Cristina Kirchner cuando, sin consultar con nadie, eligió como su compañero de fórmula presidencial a Amado Boudou, una persona de dudosos antecedentes, impopular, prepotente e inmersa en varias causas judiciales en las que se investiga si cometió actos de corrupción. Ayer, la fuerza de los acontecimientos colocó a este personaje en el medio de una escena que muy lejos está de llevar tranquilidad a la población y a todo el espectro político, incluido el oficialismo: la firma, ante la presencia del escribano mayor de Gobierno, del acta de traspaso de mando que le otorga el ejercicio interino del Poder Ejecutivo.
Como no podía ser de otra manera, Boudou se equivocó mucho al afirmar ayer, en una de las primeras frases con las que estrenó el ejercicio interino de la Presidencia, que no existe "ningún tipo de incertidumbre ni cuestión rara" respecto de la salud presidencial. Por el contrario, existe una gran incertidumbre porque lo cierto es que dista de saberse cuál es su verdadera condición. No se trata de planteos alarmistas.
Como han señalado lúcidos analistas, según la deficiente información oficial, a Cristina Kirchner le descubrieron el hematoma en el cráneo aparentemente por casualidad. Ella concurrió al Hospital de la Fundación Favaloro debido a una arritmia y, al atenderse en la guardia de cardiología, durante el interrogatorio surgió la existencia de cefaleas que orientaron a los médicos en busca de alguna causa neurológica. No se ha explicado por qué la Presidenta sufre arritmias. ¿Obedecen al tratamiento que tuvo que seguir tras la extirpación, en enero del año pasado, de la glándula tiroides? ¿Tiene alguna incidencia el pronunciado adelgazamiento que se advierte fácilmente en sus últimas imágenes?
Continuando con la serie de enigmas que la escasa y mala información alienta, agreguemos entre los misterios el porqué de la caída que el 12 de agosto le produjo un traumatismo de cráneo, lo cual permite suponer que no tuvo tiempo o no estaba en condiciones de extender los brazos para evitar el impacto en la cabeza. ¿La caída obedeció a un simple tropezón o a un desmayo? Si fue un desmayo, ¿qué lo ocasionó?
Volvamos al punto de partida. Durante casi dos meses, las autoridades ocultaron que la Presidenta sufrió un fuerte golpe en la cabeza. Cuando a raíz de éste debió atenderse en el Sanatorio Otamendi, la explicación oficial fue un chequeo ginecológico de rutina, con lo cual al ocultamiento se habría sumado la mentira. Es sabido que el año pasado también sufrió una caída durante una visita al Instituto Leloir. ¿Fue atendida por algún neurólogo en aquella oportunidad y, en caso afirmativo, cuál fue el diagnóstico?
Como puede advertirse, son demasiadas las zonas oscuras y grises en torno a tan trascendente asunto. A estas alturas de la gestión gubernamental y ante estos últimos hechos, no cabe ya que las máximas autoridades mantengan el cerrado hermetismo que las viene caracterizando. La salud presidencial no es un asunto privado y personal, o familiar, sino nacional. Tal vez las circunstancias actuales sean la ocasión para una apertura que, lejos de ser una graciosa concesión gubernamental, es su obligación.
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