Martes 1 de Octubre de 2013
Por Gabriel Boragina
Si bien el concepto de propiedad es tan
antiguo como el hombre mismo, el de propiedad privada puede decirse que es –en
una comparativa histórica- relativamente reciente
La propiedad privada se generaliza (y
populariza) con el auge del liberalismo, aproximadamente a partir especialmente
desde fines del siglo XVIII y hasta los comienzos del XX.
Explica el Dr. A. Benegas Lynch (h):
“Es habitual sostener que no es posible “dejar
todo a las fuerzas ciegas del mercado”. Se piensa que si eso fuera así podría
ocurrir que todo el mundo decida producir leche y no haya pan disponible o que
todo el mundo se incline por la profesión de la ingeniería y no haya médicos.
Estas preocupaciones resultan cuando no se comprende el significado del mercado
que está basado en la institución de la propiedad privada y trasmite información
dispersa a través de los precios. La propiedad privada, es decir, la facultad de
usar y disponer de lo propio, se asigna debido a que los recursos son escasos y
las necesidades son ilimitadas. Esos recursos escasos pueden asignarse a muy
diversas actividades por muy diversas personas. El sentido del primer ocupante y
luego la transmisión de la propiedad por medio de arreglos libres y voluntarios
hace que se asigne a quienes son más eficientes para atender las necesidades de
los demás.”[1]. Mayor claridad es
imposible.
La propiedad privada es lo opuesto al
socialismo, lo cual es una de sus características distintivas:
“socialismo significa abolición de la empresa
privada y de la propiedad privada de los medios de producción y creación de un
sistema de «economía planificada», en el cual el empresario que actúa en busca
de un beneficio es reemplazado por un organismo central de planificación.”[2]
Esta es una de las razones por las cuales
resultan absurdas -por autocontradictorias- expresiones tales como “socialismo
libertario”, o la igualmente ridícula de “socialismo de mercado” o
“competitivo”.
Que la ley reconozca el derecho de propiedad
privada no es, en modo alguno, garantía bastante de que dicho derecho sea
respetado. De hecho, la mayoría de las legislaciones del mundo reconocen
formalmente el derecho de propiedad, no obstante lo cual se verifica a menudo
que el mismo es repetitivamente violado por muchos otros medios. Todo lo cual ya
lo había advertido F. A. von Hayek hace tiempo con estas palabras:
“No es en modo alguno suficiente que la ley
reconozca el principio de la propiedad privada y de la libertad de contrato;
mucho depende de la definición precisa del derecho de propiedad, según se
aplique a diferentes cosas.”[3]
Del mismo modo, ya antes, en el siglo XIX, el
genial pensador francés Frédéric Bastiat nos demostró como la ley también podía
destruir el derecho de propiedad, tal y como lo vemos hoy en día.
Alberdi alertaba, también en el siglo XIX,
sobre como el gobierno podría demoler la economía y la propiedad de un
país:
“El poder de crear, de manejar y de invertir el
Tesoro público, es el resumen de todos los poderes, la función más ardua de la
soberanía nacional. En la formación del Tesoro puede ser saqueado el país,
desconocida la propiedad privada y hollada la seguridad personal; en la elección
y cantidad de los gastos puede ser dilapidada la riqueza pública, embrutecido,
oprimido, degradado el país.”[4]
Las lúcidas advertencias alberdianas no fueron
lamentablemente escuchadas, sobre todo a partir de las primeras décadas del
siglo XX, donde sus brillantes ideas fueron injustificadamente relegadas al más
infundado olvido.
Los gobiernos socialistas o socialdemócratas, o
del tipo “estado” -mal llamado- “de bienestar” o “benefactor”, siempre son
gobiernos cuyo tamaño tiende a crecer indefectiblemente. A la larga, se
trasforman en gobiernos grandes o elefantiásicos (como la mayoría de los
gobiernos de hoy) y perjudican la propiedad:
“El gobierno pequeño es hermoso. El gobierno
pequeño es simple y barato y bueno. El gobierno pequeño responde por sí mismo.
No hay lugar para esconder el dispendio y la corrupción en el presupuesto de un
gobierno muy pequeño. El gobierno pequeño respeta la libertad individual y la
responsabilidad personal y la propiedad privada.”[5]
Para que exista democracia ha de estar
precedida antes de un sistema capitalista y –además- incluida por este, y -a su
turno- para que tenga lugar este último también es condición imprescindible que
exista propiedad privada:
“Se dice ahora con frecuencia que la democracia
no tolerará el «capitalismo». Por ello se hace todavía más importante comprender
que sólo dentro de este sistema es posible la democracia, si por «capitalismo»
se entiende un sistema de competencia basado sobre la libre disposición de la
propiedad privada. Cuando llegue a ser dominada por un credo colectivista, la
democracia se destruirá a sí misma inevitablemente.”[6]
Estas proféticas palabras de Hayek se han visto
cumplidas hoy por doquier, donde quiera que observemos el mundo
vemos pseudodemocracias u otras mal llamadas así, dominadas por
diferentes credos colectivistas. Sin propiedad privada no hay democracia de
ninguna índole.
Generalmente, -y ya en la vida diaria- la
propiedad privada es aquello que la mayoría de la gente critica en los demás,
pero –por el contrario- no critica en ellos mismos, demostrando tales
fustigadores una buena dosis de envidia. Es más fácil, por supuesto -para
muchos- esperar que sean “los otros” los que se desprenden generosamente de sus
posesiones que los primeros.
La propiedad privada es el único medio por el
cual se puede combatir eficazmente la miseria y la pobreza que aun asola el
mundo. Todos los demás sistemas han fallado irremediablemente. Por ello todo
ataque a ella conduce a la miseria.
No hay comentarios:
Publicar un comentario