Por Gabriel Boragina
Es bastante difícil encontrar personas que no
estén a favor de la “igualdad de oportunidades”, pero -al mismo tiempo- no es
menos dificultoso hallar quienes se hayan detenido a pensar si lograr dicha meta
es fácticamente posible, siquiera en alguna medida mínima.
Lamentablemente, lo que se ha dado en llamar el
ideal igualitario o igualitarista, es imposible de ser alcanzado -y esto último-
no por defectos o malas intenciones en (o de) la naturaleza humana, sino por
motivos más de fondo, que radican -en última instancia- en circunstancias
fácticas, de tipo físico (incluido el biológico) y psicológico.
El Dr. Krause explica:
“Entre las tantas cosas que nuestras sociedades
modernas demandan de sus gobernantes se encuentra extendida aquella que se
resume en la frase “igualdad de oportunidades”. No obstante, a poco que pensemos
sobre ello nos daremos cuenta que la misma, en su sentido literal, es imposible.
El conocimiento se encuentra inevitablemente disperso, como también los talentos
y capacidades, y así también los recursos.
Es más, si efectivamente lográramos tener un
gobierno que alcanzara dicho objetivo, sería uno en el cual se extinguiría todo
vestigio de libertad individual y el respeto por muchos de los derechos que
ahora también exigimos que esos gobiernos respeten y garanticen. Tenemos
distintas preferencias y nos proponemos alcanzar distintos fines en nuestras
vidas y ése es un conocimiento que sería imposible transmitir a un agente tal
como el gobierno para que nos lo otorgue.
La función del gobierno, entonces, no puede ser
garantizarnos ciertos resultados particulares a cada uno de nosotros sino
generar ciertas condiciones generales en las que tengamos “más” oportunidades
para perseguir, y eventualmente alcanzar, cualesquiera que sean nuestros
objetivos particulares. Es mantener dicho orden, formado por un marco de normas,
tanto formales como informales, que tampoco el gobierno mismo ha generado en su
totalidad sino que es el resultado de largos procesos evolutivos.”
“Inclusión social”
En los últimos tiempos se ha puesto de moda otra
alocución que se usa en lugar del ya clásico eslogan de la “igualdad de
oportunidades”, y el que ya se ha convertido en una muletilla de políticos,
periodistas y muchas otras personas, que hablan incesantemente de la “inclusión
social”. Sin embargo, nadie acierta a definir con exactitud a qué se quiere
referir con esta novedosa fórmula, lo que no impide, a poco que quien intente
explicarla lo haga, descubrir que detrás de esta nueva expresión no encontramos
otra cosa que a nuestra antigua conocida “igualdad de oportunidades”. Parece ser
que esta es una nueva estrategia de “progresistas” y “populistas” para escapar a
la necesidad de probar cómo sería posible conseguir aquella utópica “igualdad de
oportunidades”. No obstante, el punto de estos “modernos” demagogos sigue siendo
esta hipotética “igualdad” imposible de obtener.
La “inclusión” que se pide, es la de los
“desfavorecidos” en el círculo de los “favorecidos”, y esta declamada
“inclusión” sólo podría lograrse mediante el añejo expediente de quitarles a
aquellos “favorecidos” lo que les pertenece, y entregárselo a los que no les
pertenece (los “desfavorecidos”), con lo que nos volvemos a topar con otro
eslogan mas pretérito aun: el de “la justicia social”, que ya hemos examinado
otras veces. Y si se negara, diciendo que se tratan de “cosas diferentes”, ello
nos llevaría de retorno al concepto de “igualdad de oportunidades”.
“La “igualdad de oportunidades” carece de
trascendencia en los combates pugilísticos y en los certámenes de belleza, como
en cualquier otra esfera en que se plantee competencia, ya sea de índole
biológica o social. La inmensa mayoría, en razón a nuestra estructura
fisiológica, tenemos vedado el acceso a los honores reservados a los grandes
púgiles y a las reinas de la beldad. Son muy pocos quienes en el mercado laboral
pueden competir como cantantes de ópera o estrellas de la pantalla. Para la
investigación teórica, las mejores oportunidades las tienen los profesores
universitarios. Miles de ellos, sin embargo, pasan sin dejar rastro alguno en el
mundo de las ideas y de los avances científicos, mientras muchos outsiders
suplen con celo y capacidad su desventaja inicial y, mediante magníficos
trabajos, logran conquistar fama.”
Casi todos los gobiernos -y no sólo los
populistas y progresistas que venimos sufriendo desde hace décadas-, persiguen
la utopía igualitaria, y buscan ese mundo plano y chato en el que nadie
sobresalga ni destaque sobre su prójimo. Lo que obtienen es la paralización del
progreso y del mejoramiento humano, al tiempo que las riquezas y el poder
económico se acumulan en manos de una clase política que, habiendo pasado por el
poder o permaneciendo en el mismo en cualquiera que sea sus niveles, es cada vez
menos igual a aquellas masas de gentes que demagógicamente dicen que quieren
“igualar en oportunidades”. La única “igualdad de oportunidades” que jamás
estarán dispuestos a compartir es la oportunidad de hacerse con el poder
absoluto y totalitario con el cual someten a sus gobernados. Prueba de ello, son
las demagogias sudamericanas en manos de los Kirchner en Argentina, Morales en
Bolivia, Correa en Ecuador y el comunismo chavista venezolano.
El sistema que brinda mayores oportunidades para
todos es el capitalismo, como lo explica el Dr. Mansueti cuando dice de él:
“No es perfecto, aunque es muy superior a
cualquier otro para generar ahorros e inversiones, que llevan a la formación o
“acumulación” de capital. Es ideal para los trabajadores, porque la competencia
incrementa sus oportunidades de empleo y opciones para escoger entre numerosos
empleadores, y la acumulación de capital aumenta su productividad e ingresos
reales. Y quienes mejor lo saben son los propios obreros: ellos se trasladan,
casi siempre con sacrificios y altos costos, desde sitios donde hay
relativamente menos libertades y oportunidades, a destinos donde hay
(relativamente) más; y nunca a la inversa.”
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