
Los tiempos marcan inexorablemente la reconfiguración del escenario
político. El equipo económico de Sergio Massa evalúa, por ejemplo, que a
partir del tercer trimestre se hará sentir la escasez de dólares y
recrudecerían las tensiones cambiarias junto con las sociales. Pero esta
etapa de riesgo para el gobierno estaría compensada por la inminencia
de la campaña electoral. A partir de enero, el país estaría en campaña y
la evolución de la economía tendría un rol condicionado por la disputa
electoral. Sutilmente, el grueso de la comunicación social esta dando un
giro en la definición del escenario político. Una buena parte del
periodismo político -y sobre todo del Grupo Clarín- empieza a plantear
que la opción en las urnas en el 2015 no sería entre dos candidatos
peronistas sino entre uno de este origen y una gran coalición de centro
izquierda, el Frente Amplio-UNEN que podría tal vez acordar que Mauricio
Macri sea su candidato a presidente.
Coincidentemente, la última
encuesta de Poliarquía, sumando de un lado los votos de Scioli y Massa y
del otro los de Macri, Carrió, Binner y Cobos, pone en evidencia que el
voto peronista ya estaría debajo del 50% del total. Un cuadro muy
distinto al del 2011, cuando entre el Frente para la Victoria, Eduardo
Duhalde y Alberto Rodríguez Saá sumaban alrededor del 65% de los votos.
Estos indicadores son seguidos muy de cerca por sectores del
establishment y de la comunidad financiera internacional que empiezan a
tener seriamente en cuenta que cada vez es más factible un gobierno no
peronista, sobre todo teniendo en cuenta que, en los últimos 25 años el
PJ gobernó 23 y la UCR apenas dos años.
Este cambio de clima es acompañado por el brusco descenso en las
encuestas de Dilma Rousseff para las presidenciales del 5 de octubre, un
rumbo que podrá cambiar si el seleccionado de ese país se queda con el
título en el Mundial.
Los problemas del peronismo van mucho más allá de las fronteras del
kirchnerismo. El único dirigente que planteó la renovación como bandera,
Sergio Massa, se encuentra atrapado en un problema de doble
legitimidad. Por un lado representa, en forma similar a Macri, a los que
aspiran a una nueva política, menos dependiente de los aparatos de
poder del PJ, incluyendo obviamente a la CGT. Pero por el otro Massa no
puede evitar que Luis Barrionuevo, Alberto Fernández, Raúl Othacehé y
Felipe Solá, se proclamen a diario como sus adláteres. Esto le abre un
flanco que, explotado mediáticamente en el momento oportuno, le puede
costar unos cuantos puntos.
Podrían atacarlo acusándolo de dirigir una
mega operación de blanqueo de la vieja dirigencia kirchnerista. Lo más
fresco de Massa son sus intendentes, pero a estos les cuesta manejar los
hilos de la política nacional. Si el no peronismo crece, el massismo
puede sufrir las consecuencias en la medida en que no privilegie su
ruptura con el pasado kirchnerista.
Los juegos abiertos
Este deslizamiento de las clases medias urbanas y el opacamiento
político del peronismo parece marcarle el camino a CFK. No es casual que
Domingo Cavallo haya salido a bendecir el proyecto de reducción de los
aportes patronales y a señalar que, en general, el rumbo económico del
gobierno es correcto. La agitación del frente gremial liderado por Hugo
Moyano, Luis Barrionuevo y Pablo Micheli no parece exponerlo al gobierno
a graves riesgos. Ni Scioli ni Massa estarían dispuestos a ocupar el
rol de aliados de una ofensiva gremial que choca contra una corrección
del rumbo económico bendecida por los mercados internacionales.
Asi es que el sindicalismo anti K parece semiaislado y corrido por
izquierda por el avance del Partido Obrero, que se proyecta como la
nueva gran fuerza de izquierda, a medida que el gobierno va arriando las
banderas guevaristas y se sumerge en la realpolitik.
Los hechos van entonces delineándole a la presidente sus
posibilidades, las de ser jefa de la oposición a partir del 2015 si
consigue retener el control de una masa importante de legisladores,
gobernadores e intendentes peronistas y el Frente para la Victoria
arrima a un ballotage.
Que haya segunda vuelta parece seguro pero de ningún modo lo es. Si
en las primarias, algún candidato consiguiera una diferencia importante
sobre el resto, por ejemplo 12 a 15 puntos, podría ocurrir que la
primera vuelta se convierta en una segunda vuelta. De ser así, el
electorado podría volcarse masivamente al ganador de las PASO llevándolo
por encima del 40% y cerrando la posibilidad del ballotage. Para evitar
esto, el gobierno, dueño de las reglas de juego electorales, debería
tratar de asegurarse una enorme fragmentación del voto en las PASO. Esto
se lograría a través del montaje de varias primarias altamente
atractivas como Scioli vs. Urribarri, Macri vs.
Cobos y Binner, Massa
vs. De La Sota, etc. Todo esto más algún candidato peronista disidente
más (¿Rodríguez Saá?) y la primaria del Partido Obrero Con semejante
variedad de oferta, el cristinismo confía en que nadie pasará del 22-24
por ciento y que el Frente para la Victoria, podría llegar en buenas
condiciones a la primera vuelta. Allí doblegaría a las demás formulas
haciendo uso de su principal ventaja: su enorme capacidad económica y el
uso indiscriminado del aparato del Estado. Encima y como ya lo
anticipamos, CFK podría colarse en la elección encabezando la boleta
para parlamentarios del Mercosur.
Los que viven atormentados por las sospechas son Scioli, los
gobernadores del PJ y los principales intendentes del conurbano. Piensan
que la presidente puede preferir que su sucesor no sea peronista -si
Macri- para ella conservar el mando e intentar volver en el 2019. Si el
massismo les resta votos, la mayor parte de los gobernadores e
intendentes del PJ corren el riesgo de perder las elecciones locales. Su
válvula de escape, en la mayoría de los casos, sería desdoblar las
elecciones locales de las nacionales, para asegurarse su triunfo en el
pago chico. De ocurrir esto, el damnificado sería Scioli, que iría a las
urnas acompañado por gobernadores cuyos aparatos políticos ya
definieron sus intereses y, por lo tanto, no harían mayor esfuerzo por
asegurarle el triunfo al bonaerense. Por lo pronto, el 9 del mes
entrante, el Congreso Nacional del PJ no lo incluiría a Scioli en la
integración del Consejo Nacional y este saldría del paso diciendo que ya
tiene bastante con ser gobernador y candidato, no quedándole tiempo
para ocuparse del PJ.
Bajo la amenaza de que se desencadene un mani pulite contra
la década de corrupción K, la interna peronista ingresó en la etapa del
sálvese quien pueda y Cristina, hoy menos que nunca, no parece sentirse
obligada en lo más mínimo a jugar el poder que le queda para que el
peronismo siga en la Casa Rosada.