LA COLUMNA DE LA
SEMANA
Scioli no encuentra
los votos que le hacen falta
Por Luis Domenianni
Si la semana previa
la operación “Niembro” unificó al arco oficialista y dibujó alguna sonrisa por
debajo de los ceños fruncidos de quienes poseen datos confiables sobre las
tendencias electorales, la que acaba de finalizar devolvió las cosas a la
normalidad, con un dato que destaca: la pelea kirchnerismo-sciolismo arrancó
antes de tiempo.
La operación Niembro fue un
golpe eficaz. Con casi nada –salvo una reprochable conducta ética- el
kirchnerismo, asistido desde la ex SIDE, lograba igualar a su competidor
principal –el Frente Cambiemos que integran el PRO, la UCR y la Coalición
Cívica- en un ranking sobre corrupción.
Era tan o más grave, la
celebración de un contrato bajo formas operativas excepcionales como el que
ligaba hace dos años al mediático periodista deportivo que la causa Hotesur que
involucra a la presidente de la República en lo que, a la larga o a la
corta, deberá ser llamado por su nombre:
lavado de dinero negro obtenido de manera inconfesable.
Era tan o más grave que el
procesamiento del vicepresidente de la República, Amado Boudou, que viaja por
el mundo con representación oficial de la Argentina, por solo citar dos
cuestiones que afectan a las máximas autoridades de la República.
El “carpetazo” Niembro, que
funcionó extremadamente bien para los K, engolosinó hasta el empacho a un
kirchnerismo que creyó nuevamente que había logrado resucitar los tiempos
gloriosos del relato.
Así repartieron “carpetas”, a
través del, prohibido por ley, espionaje interno que igual desarrollan los
agentes K de la copada nueva SIDE –¿Desde cuando una ley es una valla para los
K?-, que acusaban a cualquiera que formase parte de Cambiemos hasta de quedarse
con la bolita del compañero cuando acudía a la “salita amarilla” del Jardín de
Infantes.
Pero entonces, la táctica de la
delación cayó. Por sobreabundancias y por… la pelea kirchnero-sciolista que
salió a la luz.
La jefatura
A nadie, a absolutamente nadie
escapa la pretensión de Scioli de enterrar el kirchnerismo en el pasado y de
torcer el rumbo del país en materia económica.
Vale la pena una aclaración, al
respecto. Scioli no representa un cambio de fondo para la Argentina. Ni
siquiera un retoque. Solo es un cambio de estilo y un posible reemplazo de
favoritos a la hora de llevar adelante los jugosísimos negocios que siempre
deja el Estado en países con alto grado de corrupción como la Argentina.
Con Scioli, la retórica “revolú”
y el relato “progre” quedarán reemplazados por el populismo frívolo y la
capital del país no será El Calafate, sino Mar del Plata. Actores, actrices,
cantantes y futbolistas sustituirán a “los pibes para la liberación” en la
preferencia presidencial.
Los socios del ex viceministro
de Economía de Fernando de la Rúa, Miguel Bein, ahora reciclado en sciolista,
serán quienes aspiren a reemplazar a Lázaro Báez y a Cristóbal López en el
“capitalismo de amigos” que desde Carlos Menem hasta la actualidad siempre
exhibe el peronismo.
Sin olvidar, claro,
a Electroingeniería, que continuará con un volumen de negocios elevado, dado su
“vinculación” –eufemismo que evita hablar de testaferros- con el eventual
vicepresidente Carlos Zannini.
Hasta allí, la sangre no debería
llegar al río. Claro que implica imaginar a Scioli en el rol de “pelele” de
Cristina Kirchner durante su cuatrienio presidencial o cuanto dure –bajo esas
condiciones- su mandato.
Es cuanto quiere y pretende
Cristina Kirchner. De allí, las irrupciones de Estela Carlotto y de Diana Conti
que otorgaron un rol casi de provisionalidad a la eventual presidencia de
Scioli.
No se le ocurrió a Carlotto, ni
a Conti. A ninguna de las dos se le ocurre nada que no consulten –o mejor dicho
que no reciban como orden- con Cristina Kirchner. Fueron a marcar la cancha.
Y
la pretensión desató la guerra. Más o menos larvada, por ahora, pero que
consumirá gran parte de las energías hasta el 25 de octubre próximo, hasta la
segunda vuelta como probablemente ocurra y durante todo el gobierno –cuanto
dure- si Scioli alcanza la presidencia.
Los planes de Scioli eran los
clásicos y obvios planes de quién es capaz de soportar todas las afrentas
imaginables con tal de llegar a donde pretende hacerlo, para después, casi con
certeza, tomar revanchas.
Pero, el plan debió adelantarse
y eso resulta particularmente complejo.
Si todo iba bien, el ex
motonauta debía continuar con su sumisión K hasta el 09 de agosto pasado. Es
decir, hasta las PASO. Allí con 45 puntos o muy cerca de ellos, el límite
establecido para obviar la segunda vuelta sin depender del resultado de los
demás, Scioli comenzaría a tomar distancias progresivas, relacionadas proporcionalmente
con su propio fortalecimiento.
Su astucia –la de Scioli-, le
dictó que debía aceptar la candidatura de Zannnini –en realidad, de cualquiera
que le fuese impuesto por Cristina Kirchner- para evitar la competencia con
Florencio Randazzo.
Así fue, a Randazzo lo bajaron
de un “hondazo” solo que, en lugar de encuadrarse en el deseo presidencial, no
aceptó la candidatura a gobernador bonaerense y decidió recuperar una
independencia con miras al futuro.
La cosa se complicó, entonces,
con la bajada de candidatos a la Casa de Gobierno de La Plata que reclamó
Cristina Kirchner. Se bajaron todos menos dos, el candidato del Papa Francisco,
Julián Domínguez, y el de Cristina Kirchner, Aníbal Fernández.
Y ganó Fernández, con no
demasiada limpieza, pero sin margen para la protesta de Scioli –que había
apostado todas sus fichas a Domínguez-, ni del propio Domínguez. A tragar
sapos, fue la consigna del momento.
Pero, claro, Zannini más
Fernández es como diría la presidente en sus momentos de delirio británico “too
much”. Eso es ultra kirchnerismo y del peor. Y Scioli, cargó con la mochila.
Una carga que le significó el desengaño de mucha gente y un resultado electoral
que lejos estuvo del anhelado 45 por ciento y que, ni siquiera, representó el
premio consuelo del 40.
Sin dudas, la presidente saboreó
el momento. Fue por dos razones. La primera, por su propio e inconmensurable
ego: cuando ella fue candidato alcanzó, en las PASO, algo más del 51 por ciento
de los votos. Scioli, menos del 39 por ciento.
Pero, además, porque cortó de
cuajo la táctica de la diferenciación sciolista. Pretender repudiar
progresivamente al kirchnerismo, rodeado por Zannini y por Aníbal Fernández, es
más que una utopía.
La táctica
Scioli hizo un
ensayo cuando dejó trascender un gabinete en el que los K quedaron excluidos
por completo. Salió mal. No movió el amperímetro.
Es que el Scioli K paga el
tributo a su sometimiento y genuflexión. Por ende, no perfora su techo de las
primarias. Solo retiene, y sin total certeza, los votos de la PASO. Y eso no
alcanza para evitar una segunda vuelta que huele en demasía a derrota.
De poco y nada le sirve cultivar
al peronismo de los gobernadores y de los intendentes; de poco y nada le sirve
sumar a las predispuestas a cambiar de jefe y mal llamadas organizaciones
sociales, léase los ex ultra K Miles, Movimiento Evita, Frente Transversal o
Tupac Amaru de Milagro Sala que ahora aspiran a dejar de ser kirchneristas para
pasar a ser sciolistas.
Todo eso no convoca ningún voto
independiente. Por el contrario, agudiza una pelea con el kirchnerismo leal: La
Cámpora, que amenaza con radicalizar al gobierno en los tres meses que quedan
de mandato. Ensayos que ya lleva a cabo –con el inevitable olor a negociado que
lleva cualquier decisión K- el ministro Axel Kicillof.
Resultado: imposibilitado de
crecer, Scioli mira nuevamente al Gran Buenos Aires. En particular, al segundo
cordón del CONURBANO y promete de todo para intentar asegurarse que los
intendentes no hagan la que hacen siempre cuando no está claro quién resultará
el vencedor de una elección: repartir su propia boleta local con todas las
boletas nacionales y provinciales con chances.
Es una pobre táctica. Primero
porque en el CONURBANO las lealtades no existen y las promesas solo se hacen
para ser incumplidas. Segundo, porque el valor del conjunto decayó.
En Merlo y en
Moreno, ganó La Cámpora. En La Matanza, las acciones de Espinosa están en baja
tras su derrota como integrante de la fórmula provincial que integró con
Dominguez.
Pero, además, es el
reconocimiento cuasi explícito que no hay de donde sacar más votos. Que se
consagra aquello que dejó en claro el voto del 09 de agosto: un cuarenta por
ciento del país está conforme con el kirchnerismo y un 60 por ciento no quiere
saber más nada con algo que tenga que ver con ellos.
Es el resultado,
casi inevitable, de haber sembrado y abonado la división de los argentinos
durante doce años. Y, Daniel Scioli, al respecto, no es precisamente inocente.
Respuestas
Sin dudas, el “carpetazo”
Niembro paralizó durante casi diez días al PRO. Fue muy duro y fue eficaz.
Quizás con un dejo de
ingenuidad, Mauricio Macri y todo su staff –encabezado por el ecuatoriano Jaime
Durán Barba- imaginaron al kirchnerismo como un leal competidor. Nada más
alejado de la realidad.
Para el kirchnerismo,
narcotráfico, blanqueo de dinero, apropiación de empresas o sobreprecios en la
obra pública, no es grave o, en todo caso, es tan grave como firmar un contrato
por una vía de excepción.
Es como equiparar el robo a mano
armada con la violación de un semáforo en rojo. Como equilibrar la estafa con
el no acatamiento a la prohibición de estacionar en determinado lugar.
Nada más funcional a la
corrupción que igualar faltas y delitos. Así, la eventualmente incorrecta
contratación de una empresa –algo que determinará la justicia- de la que
Niembro fue socio pretende tapar el patrimonio de 36 millones de pesos y 28
propiedades que declara Máximo Kirchner a quién no se le conoce trabajo
remunerado alguno a lo largo de toda su vida.
Pero ningún mal dura cien años.
Niembro, como correspondía, renunció a su candidatura, Macri pagó el costo
frente a la sociedad que, tras la sorpresa inicial, puso las cosas en su lugar:
una falta ética es una falta ética pero no se equipara con los delitos a los que
se busca dejar impunes con ataques a la independencia del Poder Judicial.
Ahora Macri reaccionó. No a lo
Durán Barba, sino a la usanza de la política tradicional. Esa que dice que, a
la hora de los porotos, cuentan dos elementos: propuestas y confrontación.
En materia de propuestas, las
realizables y las creíbles que son aquellas que se definen por el sentido
negativo. Es decir, las que no dependen de una decisión incierta del conjunto
de los argentinos sino de la mera voluntad del gobierno.
En materia de confrontación, la
que indica marcar las diferencias con el otro, sin necesidad de la agresión y
sin poner en juego la convivencia social.
En otras palabras, hacer política.
Algo que, aunque lo incluya, es bastante más que mero “marketing”.
Para esta segunda etapa de su
campaña, con las características descritas, Macri puede recurrir a elementos
“foráneos” de mayor utilidad. Son tres nombres y apellidos claves.
Uno es Ernesto Sanz, el
presidente de la Unión Cívica Radical. Ocupado Gerardo Morales en la conquista
de la gobernación de Jujuy, es Sanz el hombre indicado para vocero de
Cambiemos.
Más allá de cuestionamientos
internos, en muchos casos válidos, resulta el hombre ideal para la discusión
con un kirchnerismo que no trepida en caer en el cinismo más burdo y menos
imaginable. La habilidad de Sanz para contestar, para cuestionar y para tomar
la iniciativa está fuera de toda duda.
La segunda presencia
trascendental es la Elisa Carrió. Es la voz de la República y de la honestidad.
No se trata de las denuncias en sí mismas, de las que suele abusar. Es su
imagen de integridad y es su capacidad intelectual, muy por encima de la
mediocridad que sobre abunda en la política argentina.
La tercera es menos conocida. Se
trata del candidato a vicegobernador de Buenos Aires, Daniel Salvado. Un hombre
del riñón de la UCR bonaerense con el más que meritorio antecedente de su
actividad como secretario de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de
Personas (CONADEP).
Salvador es la
contención de un radicalismo que cuenta con pocos dirigentes de valor pero con
muchos militantes activos en el interior de la provincia de Buenos Aires y
quién puede recuperar el voto de los radicales disconformes que emigró hacia
Margarita Stolbizer.
En definitiva, dos
batallas mayores se libran el próximo 25 de octubre y, tal como van las cosas,
se resumen en dos opciones. La primera es en la República y establece que, ese
día, el próximo presidente es Daniel Scioli o que veinte días después, el
presidente es Mauricio Macri.
La segunda es más
dramática porque se juega a todo o nada en una sola jornada. Ocurrirá el mismo
día, el 25 de octubre, cuando la provincia de Buenos Aires decida si será
gobernada por Aníbal Fernández o por María Eugenia Vidal.
Tras los sucesos de
Tucumán, es obvio que no solo será necesario fiscalizar a cara de perro, sino
que también hará falta ganar por varios puntos de diferencia. Porque con Scioli
y los K solo un ingenuo irrecuperable puede imaginar transparencia en el
resultado.
Enviado por nuestro Amigo MIGUEL M.
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