Publicado el 18 de Junio, 2013 en Columnistas, Juan Manuel Otero, Opinion
Es por ello que, hecha la aclaración, sea quien fuere su autor, paso a comentarla y transcribir algunos de sus interesantes párrafos.
De inicio, esta persona se apresura a aclarar que no es víctima de la Ley Nacional de Educación y hace al respecto una serie de considerandos (yo agregaría “y considerandas”) que valen la pena mencionar a mérito de las similares y penosas consecuencias que su aplicación ocasiona a uno y otro lado del Atlántico.
Asegura esta supuesta sexagenaria haber tenido la suerte de estudiar bajo unos planes educativos eficientes que premiaban el esfuerzo y la formación de los alumnos por encima de las estadísticas de aprobados y de la propaganda política oficialista.
¿Les suena conocido?
También jura que en Primaria estudiaba Lengua, Matemáticas, Ciencias y que ante las faltas de ortografía del tipo de “b” en vez de “v” o cinco omisiones de acento, las notas bajaban “y bien bajadas”.
A esta altura de su relato, un sentimiento de nostalgia vino a mi mente bajo la forma de aquellos cuadernos Laprida forrados con papel araña azul, sin olvidar mis plumas cucharita y el guardapolvo blanco que mi madre planchaba con Almidón Colmán…
Cita luego su iniciación con el libro “Semillitas” – imagino un hermano de nuestro “Upa” – de poco más de 100 páginas y muchas lecturas “no como ahora que pagas por tres tomos llenos de dibujos que apenas traen texto. Eso sí, en el Semillitas no había que colorear ninguna página de manual, que para eso estaban los cuadernos”.
Y aquí se me representan mis nietos cargando mochilas más pesadas que ellos, llenas de bártulos, y libros a los que se garabatea hasta destruirlos, no sea cosa de utilizarlos al año siguiente, y la melancolía revive en el recordado “Manual del Alumno” que contenía todas las asignaturas y pasábamos de mano, año a año, entre hermanos y/o amigos sin mácula alguna.
Continúa la narración afirmando:
“… sobre todo, aprendí a hablar y a escribir con corrección. Aprendí a amar nuestra lengua, nuestra historia y nuestra cultura.
Y… vamos con la Gramática.
En castellano existen los participios activos como derivado de los tiempos verbales. El participio activo del verbo atacar es “atacante”; el de salir es “saliente”; el de cantar es “cantante” y el de existir, “existente”.
¿Cuál es el del verbo ser? Es “ente”, que significa “el que tiene identidad”, en definitiva “el que es”. Por ello, cuando queremos nombrar a la persona que denota capacidad de ejercer la acción que expresa el verbo, se añade a este la terminación “ente”.
Así, al que preside, se le llama “presidente” y nunca “presidenta”, independientemente del género (masculino o femenino) del que realiza la acción.
De manera análoga, se dice “capilla ardiente”, no “ardienta”; se dice “estudiante”, no “estudianta”; se dice “independiente” y “independienta”.
Luego nuestra amiga plantea un interrogante que bien valdría hacerlo llegar a los políticos y funcionarios vernáculos, tan progresistas y progresistos ellos y ellas.
“Y ahora, la pregunta: nuestros políticos y muchos periodistas (hombres y mujeres, que los hombres que ejercen el periodismo no son “periodistos”), ¿hacen mal uso de la lengua por motivos ideológicos o por ignorancia de la Gramática de la Lengua Española? Creo que por las dos razones. Es más, creo que la ignorancia les lleva a aplicar patrones ideológicos y la misma aplicación automática de esos patrones ideológicos los hace más ignorantes (a ellos y a sus seguidores.
Y por último, el contundente cierre:
“Lamento haber aguado la fiesta a un grupo de hombres que se habían asociado en defensa del género y que habían firmado un manifiesto.
Algunos de los firmantes eran: el dentisto, el poeto, el sindicalisto, el pediatro, el pianisto, el golfisto, el arreglisto, el funambulisto, el proyectisto, el turisto, el contratisto, el paisajisto, el taxisto, el artisto, el periodisto, el taxidermisto, el telefonisto, el masajisto, el gasisto, el trompetisto, el violinisto, el maquinisto, el electricisto, el oculisto, el policío del esquino y, sobre todo, ¡el machisto!”
Señora: Quienquiera que Ud. fuere, comparto plenamente sus palabras.
Autor: Juan Manuel Otero.
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