sábado, 2 de mayo de 2020

Una yarará en Buenos Aires, y el suero antiofídico rociado desde los balcones

Clarín


01/05/2020 - 20:12


Una yarará en Buenos Aires, y el suero antiofídico rociado desde los balcones

Estamos expuestos al coronavirus, al dengue, a la economía que se abisma, a los criminales impunes, a los errores de la clase política, a la parálisis del Congreso y en buena medida de la Justicia.




Una yarará apareció en Libertad y Posadas.
La escena terrible completó un día y una
noche sonoramente indignada.



  Miguel Wiñazki
                                                   La columna de los sábados



Una yarará apareció en Libertad y Posadas. La escena terrible completó un día y una noche sonoramente indignada. El monstruo, subrepticio y desterritorializado medía un metro y medio. Apareció muerta, curvada en ese insólito destino urbano, a la vera de un hombre con sangre en uno de sus dedos.


La yarará no lo habría mordido. Sería un herida producida por un hierro.

Como sea, es una instantánea del espanto. No fue un sueño con serpientes. Ocurrió. Irrumpió un resplandor de pupilas verticales. La liberación a granel de otros ofidios; femicidas, violadores, homicidas, narcos y una variopinta legión de delincuentes fue azuzada desde zonas abolicionistas del poder. No solo instituyeron un desvarío que desató la más percusiva de las protestas, sino, en simultáneo, un vade retro colectivo, un suero antiofídico vociferado desde todos los balcones contra los arrastrados que baboseando con sus lenguas bífidas a Lady Macbeth, dictaminaron en favor del malandrinaje y en contra de los que prefieren trabajar.

Emboscados detrás de una retórica humanista, aguardaban esos cuervos que picotean con oportunismo en los entresijos manipuladores que permite la pandemia. En rigor, predominó el cálculo político, la irresponsabilidad, la ideología barata, y la búsqueda de aprobación de la ex presidenta.

La hipocresía y la grave imprudencia de los samaritanos ultra K no pasó desapercibida para la mayoría que reaccionó furibunda.
Muy rápido el clima cambió, y cierto letargo emocional enfatizado por el encierro giró en dirección a los balcones y a las cacerolas.

La nueva invención de la soledad que produjo la invasión universal del virus, tiene efectos psicosociales profundos. El aislamiento deviene melancolía y la melancolía, como enseñaban los antiguos, puede siempre derivar en manía y también en furia.

El confinamiento por una parte, y la inseguridad realimentada otra vez desde zonas ideológicas reaccionarias, pero con piel de cordero progresista, transmutaron la tristeza que se convirtió en rabia, durante ese clamor popular masivo y vencedor de toda sordera.

Quien quiera oír que oiga.

En 1991 el jurista Carlos Nino le contestaba a Eugenio Zaffaroni en relación a su libro “En busca de las penas perdidas”, donde ya desplegaba sus doctrinas abolicionistas: “Muchos de nosotros no estaríamos muy tranquilos si se indultaran por ejemplo a todos quienes cometieron homicidios, tormentos, secuestros, atentados, violaciones y se anunciara que en el futuro no se aplicará por esos hechos ninguna medida coercitiva”.

Zaffaroni proponía ya la abolición progresiva pero lisa y llana del sistema penal. Nino culminaba su apreciación: “No creo que el profesor Zaffaroni se oponga a que los responsables del terrorismo de Estado durante la última dictadura militar hayan sido objeto de sanciones penales”.

Carlos Nino falleció demasiado temprano.

Pero sus palabras siguen vivas. Aunque cabe una duda respecto de la posición de Zaffaroni sobre las sanciones a los genocidas del Proceso: él, Zaffaroni, había sido juez de la Dictadura.

Como el agua y el aire la locura nos acompaña. Roberto Cipriano García, el burócrata militante, que arengaba a los presos amotinados de Devoto, invocándolos como “compañeros”, alabándolos “porque son ustedes los que ponen el cuerpo” disparó la flecha de la transfiguración del ánimo social colectivo: el temor se volvió irritación manifiesta y exacerbada por su gran falacia. El cuerpo lo ponemos todos.

Estamos expuestos al coronavirus, al dengue, a la economía que se abisma, a los criminales impunes, a los errores de la clase política, a la parálisis del Congreso y en buena medida de la justicia.

Estamos expuestos al futuro, o mejor, a cierta erradicación del futuro. Nadie sabe qué va a ocurrir. Con excepción de la vicepresidenta que no pierde el tiempo en los vaivenes positivos o negativos de su imagen, pero que siempre avanza. Ajena al cuidado cívico que requerirían de ella los vulnerables de la pandemia, y al mundanal ruido agobiado por la enfermedad, la señora juega su ajedrez implacable. Ahora, con María Fernanda Raverta en el ANSES potenció su poder real. El suyo y el de su hijo Máximo.

¿Alberto es el poder virtual y Máximo y su madre encarnan el poder real?

Es la pregunta de siempre.

Escribió Maquiavelo: “El odio nace cuando el Príncipe roba”.

El odio que Lady Macbeth suscita en muchos no conjura sin embargo el amor que otros muchos le profesan.

Esas volatilidades no parecen importarle demasiado.

Los botines, o las cajas siderales, continúan cercanos a sus manos dispuestas.

Maquiavelo también escribió: “Un Príncipe no debe aliarse nunca con uno (o una) más poderoso que él”.

Todo cambia. Pero Ella no.

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