Publicado el 27 de December, 2012
El Columnista Invitado de Hoy: Jorge Omar Alonso
Ralf Dahrendorf nos recuerda que el filósofo Karl Popper tenía buenas razones para proponer una definición precisa del concepto “democracia”. La democracia, decía, es un modo de sacar a quienes están en el poder sin derramamiento de sangre. El método preferido de Popper era, por supuesto, depositar los votos en las urnas.
La definición de Popper advierte no obstante Dahrendorf, no es útil cuando se plantea esta pregunta: ¿qué pasa si quienes salen del poder creen en la democracia, mientras que quienes los reemplazan no? En otras palabras, ¿qué pasa si la gente “errada” resulta electa?
El caso más extremo fue Serbia, donde una gran parte del electorado dio sus votos a hombres con juicios pendientes en La Haya por crímenes de guerra. El otro ejemplo Irak, en este caso: ¿Qué pasa si el sueño americano de llevar la democracia a ese aproblemado país termina en una situación en que los ciudadanos eligen que los gobierne un movimiento fundamentalista?
Prosigue diciendo Dahrendorf que solo pensar en ejemplos como estos nos lleva a la clara conclusión de que la democracia no se trata meramente de elecciones. De hecho, por supuesto, los primeros partidarios de la democracia tenían todo tipo de cosas en mente.
Según el filósofo alemán, por ejemplo John Stuart Mill consideraba la “nacionalidad”: una sociedad cohesiva dentro de fronteras nacionales, como una precondición para la democracia.
Otra precondición para Mill era la capacidad y el deseo de los ciudadanos de elegir de manera informada y ponderada. Hoy ya no damos por hecho la existencia de tales virtudes, especialmente en Argentina con una devaluada cultura cívica.
La democracia tiene que significar “democracia más algo”, pero ¿qué es ese algo?, pregunta el filósofo hamburgués y a continuación explicita que hay algunas medidas técnicas que se pueden tomar, como prohibir a los partidos y candidatos que hacen campaña contra la democracia, o cuyos antecedentes democráticos sean insuficientes.
Esto funcionó en la Alemania de posguerra.
Sin embargo advierte, existen otros problemas: ¿quién juzga la idoneidad de los candidatos y cómo se hacen cumplir tales juicios? ¿Qué ocurre si la base de apoyo de un movimiento antidemocrático es tan fuerte que la supresión de su organización genera violencia? Aquí el filósofo alemán indirectamente y sin mencionarlo, nos pone frente al fenómeno del kirchnerismo en particular y del peronismo en general, como movimientos de características antidemocráticas, y violentas cuando se encuentran privados del poder.
En cierto sentido propone Dahrendorf, sería mejor dejar que tales movimientos lleguen al gobierno y esperar que fracasen, como ha ocurrido con la mayoría de los actuales grupos europeos de raigambre antidemocrática. Pero no habría que olvidar que cuando Hitler llegó al poder en enero de 1933, dice nuestro autor, muchos (si no todos) los demócratas alemanes pensaron:”¡Dejémosle hacer! Pronto quedará al descubierto por lo que es y, sobre todo, por lo que no es”. Pero se llevaron un gran chasco, tuvieron doce años que incluyeron una guerra salvaje y el Holocausto.
Por tanto, los ciudadanos activos que defienden el orden liberal deben ser su salvaguarda. ¿En Argentina existen ciudadanos activos preocupados por la “cosa pública”?
Pero hay otro y más importante elemento que proteger, el imperio de la ley, en el sentido de la aceptación de que las leyes dictadas no por alguna autoridad suprema, sino por la ciudadanía, rigen para todos: quienes están en el poder, los que están en la oposición y quienes están fuera del juego del poder.
El suspender el imperio de la ley es la característica más sólida y el principal objetivo de los autoritarismos como el kirchnerismo o cristinismo, como quiera llamársele. En este sentido según el profesor alemán es necesaria la existencia de jueces independientes e incorruptos que son aún más influyentes que los políticos elegidos con grandes mayorías. Elementos estos últimos que no existen en nuestra Argentina marginal en todo concepto.-
Autor: Jorge Omar Alonso
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