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Cristina Fernández ha dicho que los que bajaron de los barcos hace poco más de 100 años, lo hicieron muertos de hambre. Como si haber venido con las ilusiones de quien quiere salir de una situación de angustia, de países arrasados por guerras y calamidades, los convirtiera en seres despreciables o inferiores a los que hay que reprocharles la apertura que tuvieron para ellos otros gobernantes argentinos que hacían honor a la denominación argentino.
Esos que ella llama
muertos de hambre fueron nuestros abuelos, que no sólo vinieron para saciar su
hambre, sino que lo hicieron sin buscar que los alimentaran gratuitamente con
las limosnas dadas a los pobres, hoy llamadas por ella planes, que no son
trabajar, sino planes haraganear, para mantener a sus beneficiarios en la
dependencia de la pobreza y así canjearlos por votos que le aseguran mantenerse
en el poder y en su enriquecimiento vergonzoso.
Esos muertos de
hambre, señora Presidente, fueron quienes hicieron rica nuestra patria hasta
alcanzar el 6º lugar en el mundo.
Esos muertos de
hambre, señora, clavaron el arado por primera vez en la mayor parte de la tierra
argentina para hacerla el granero del mundo.
Esos muertos de
hambre, señora, iban a trabajar llevando un pan, dos cebollas y medio litro de
vino, para poder ahorrar lo suficiente y así poder traer a su mujer y sus hijos
a compartir esta bendita tierra.
Esos muertos de
hambre, señora, amaron esta tierra como usted ni siquiera puede imaginar,
sembraron en ella no sólo el trigo, sino que le dieron muchos hijos y nietos,
que hoy somos esa clase media que usted desprecia, y esos hijos y nietos
aprendimos que la dignidad del hombre comienza con el trabajo, porque significa
cumplir el mandato bíblico "ganarás el pan con el sudor de tu
frente".
Claro, que algunos de
esos hijos se dedicaron, como usted y su marido, a trabajar prestando plata con
usura y apoderándose de los bienes de quienes no podían pagar sus deudas, lo que
sí los convirtió en muertos de hambre.
Por todo esto, señora
presidente, su desprecio a nuestros abuelos, los que hicieron la Argentina
próspera, la Argentina del trabajo en paz. en la que la gente se quería y se
sentaba por las tardes en la puerta de su casa, con la seguridad de que nada
alteraría su descanso luego del trabajo honesto, y mandaban a sus hijos a la
escuela y la universidad gratuita, para que ellos pudieran llegar a estar en esa
clase media despreciada por usted, ese desprecio digo, señora, es el desprecio a
lo más rico y generoso que puede ostentar nuestra patria: ese hombre simple, que
no es revolucionario con las armas que matan, sino con las herramientas que
producen vida.
Usted, señora, es
rica, multimillonaria con infinidad de propiedades, entre otras, esos
costosísimos departamentos de Puerto Madero, o el lujosísimo que su niña
Florencia utiliza en Estados Unidos, y ricos son también sus amigos-súbditos del
gobierno, que nos tildan a los "acaudalados laburantes de la clase media" que
pagamos sus lujos y caprichos, como los bien vestidos. Como si no tuviésemos al
menos la pobre libertad de vestirnos decentemente.
Estamos indignados.
señora Presidente, ya no porque nos ofenda como lo hace habitualmente, sino
porque ha ofendido a nuestros padres y a nuestros abuelos, esos hombres honestos
a los que usted debería rendir homenaje renunciando a su soberbia y a su
pretendida ilusión de perpetuarse en el poder, y ofreciendo su fortuna a la
proclamada y no cumplida distribución de la riqueza.
Un consejo señora:
desde hoy guarde luto por las ofensas que ha inferido al pueblo argentino, en
especial a nuestros ancestros y a sus descendientes, la clase media. Y llore, sí
llore de tristeza verdadera por el daño que le está haciendo a la sociedad
argentina, a la que ha dividido como nunca lo estuvo en su
historia.
Llore señora
Presidente, llore mucho hasta que termine su mandato y váyase al exilio lejano,
que será el lugar donde quizá encuentre el olvido de todos los argentinos de
bien aunque allí gaste su fortuna.
Fdo: YO EL CIUDADANO
DE CLASE MEDIA, que dejó un momento su trabajo, para defender el honor de mis
abuelos, esos muertos de hambre que bajaron de los barcos, para hacer la patria
grande que hoy estamos perdiendo
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