10/04/2014
Por María Zaldivar
Una sociedad
adolescente como la argentina que, como característica central no admite
críticas, es capaz de incurrir en flagrantes incoherencias para justificarse. En
aras de salir indemne de responsabilidades, puede votar a los garantes del
abolicionismo del derecho y reclamar seguridad de manera simultánea.
Esa sociedad adolescente
insiste en navegar a dos aguas e insiste con el limbo ideológico que no tolera
ni la comisión del delito ni su represión. Incoherente, histérica, inmadura. La
sociedad argentina no está dispuesta a pagar el costo de nada y en el “mientras
tanto”, se desintegra. Va dejando hilachas de su marco jurídico y de su escala
de valores, lo que complica el entendimiento social y hace imposible la
convivencia pacífica.
La argentina es una sociedad
cada día menos civilizada. Hace diez años que el gobierno nacional permite y
alienta en muchos casos el corte de las calles por parte de gente anónima que,
con sus caras tapadas y armadas con palos impide la circulación de autos y
personas por la vía pública. Al compás de esa anarquía, el delito crece en
variedad y cantidad ante la mirada complaciente del estado mientras la
población, mansa, tampoco exige que sus impuestos sean destinados a cubrir con
eficiencia las funciones específicas que la autoridad política debe garantizar:
seguridad, educación, salud y justicia.
No reclama por sus derechos y
repite errores. Los mismos porteños que celebraron la remoción de Aníbal Ibarra
de su cargo tras el desastre de Cromagnon luego lo hicieron legislador. Tras
airosas y multitudinarias protestas contra los impulsores de aplicar retenciones
confiscatorias al campo que arrastraron a gran parte de los habitantes de la
ciudad de Buenos Aires a la calle, el entonces ministro de Economía Martín
Lousteau fue votado para representarlos en el Congreso. Es una sociedad que mira
fijo y luego declina cualquier acercamiento. “Histeriqueo” puro. Adolescencia
pura.
Los argentinos protestan por
la ola delictiva que tiene amenazados a los “buenos”, protestan por la falta de
independencia de la justicia y con la misma contundencia protestan cuando
alguien decide defenderse y ejerce la justicia por mano propia. La violencia,
mientras tanto y como pasa con cualquier enfermedad que no se combate, sigue en
aumento. Los linchamientos de los últimos días ejecutados por los “buenos”
contra los “malos” empiezan a equipararlos. Ahora los dos “bandos” son
violentos.
La falsa progresía nacional
sostiene que los delincuentes son producto de un contexto social que los
abandona y margina, argumento con el que intentan eximirlos de la
responsabilidad jurídica que les cabe por los ilícitos que cometen contra las
personas y la propiedad.
Así, por imperio de una
explicación sociológica un tanto rebuscada y de dudosa veracidad por
incomprobable, el victimario automáticamente deja de serlo y con el sólo
enunciado de la hipótesis, se busca esfumar sus deudas con la sociedad
agredida.
En el otro extremo, alguna voz
aislada (que la izquierda vernácula pretende asociar con la derecha
recalcitrante) se ocupa de la víctima y recorre el camino inverso: la releva de
toda responsabilidad bajo el argumento del hartazgo. La gente, según estos
teóricos del agotamiento social, hace lo que puede y entre “lo que puede” está
moler a palos y hasta matar a una persona.
La brutalidad ejercida contra
los ladrones pone al descubierto la violencia que anida en las personas, su
tendencia a la masificación y la cobardía que implica actuar en patota. Los
vecinos que lincharon a delincuentes no son peores que los barra-bravas que se
enfrentan en los partidos de futbol. Coinciden en la ferocidad de la golpiza, la
desigualdad numérica y el anonimato con que actúan.
¿La solución estará por
ponerse a la altura del delincuente? ¿No sería nivelar para abajo? Porque de eso
los argentinos sabemos un montón y no pareciera que haya significado un “up
grade”. Por supuesto que falta, esencialmente, educación. Ningún país erradicó
la delincuencia pero ninguno civilizado tolera la justicia de los particulares
como mecanismo de resolución de conflictos. Y las poblaciones son similares
porque todos somos seres humanos. La explicación de que nuestra sangre
española/italiana nos hace distintos es una falacia instalada. Lo que nos hace
distintos de los países que prosperan es el sistema que ordena la vida en
sociedad, que saca lo mejor o lo peor de las personas.
Nuestro sistema alienta la
delincuencia entre otras cosas, con el bajísimo índice de represión de las
conductas antisociales. La alienta desde la cúspide de la pirámide de poder
dando el ejemplo con funcionarios corruptos e impunes. Y la alienta a través de
una justicia lenta e injusta. Son poblaciones educadas las que exigen un estado
presente y eficiente, no un estado gordo y bobo. El estado inútil que, como el
argentino, dilapida recursos.
La educación contiene los
instintos. La educación privilegia lo que se debe sobre lo que se quiere. Falta
educación para acompañar la toma de decisiones adecuadas Mientras tanto el
estado gordo y bobo del populismo se mata de risa de unos y de otros y mira,
como un espectador indecente, cómo se pelean sus súbditos.

No hay comentarios:
Publicar un comentario