LA COLUMNA DE LA
SEMANA
La campaña sucia del
final
Por Luis Domenianni
Existen dos ángulos desde donde
analizar el modelo de campaña elegido por el gobierno K y su candidato, Daniel
Scioli: el fáctico y el ético.
Por el primero, se juzga el
resultado obtenido. Por el segundo, se juzga la legitimidad del método
empleado.
Según el primero, el fin
justifica los medios. Según el segundo, el fin no justifica los medios.
Ni Scioli, ni Cristina Kirchner
se detienen demasiado –en realidad, ni se detienen- a reflexionar sobre la
cuestión. Eligieron nomás producidos los resultados de la primera vuelta de la
elección presidencial que los dejaron en posición de dudosa posibilidad de
retener el poder.
Si alguna vez el imperativo anti
moral fue “vamos por todo”, ahora fue reemplazado por un “vamos como sea”, que
no dista mucho de convertirse en un “sálvese quien pueda”.
Una funcionaria de un gobierno
municipal, K por supuesto, decía hace pocos días atrás “vamos a hacer todo lo
necesario para que Scioli gane”. Merece, al menos dos traducciones.
La primera indica que “Scioli
gane” significa “continuemos con el populismo” que, fundamentalmente nos
permite continuar en el poder y gozar de sus “mieles” poco santas. La segunda,
“vamos a hacer todo lo posible”, en lenguaje K, significa que recurriremos a lo
que sea para ganar.
Recurrir a lo que sea iguala
mentir con decir la verdad, tergiversar con ser francos, manipular con ser
sinceros, difamar con informar, investigar con espiar, utilizar los fondos del
Estado como si fuesen propios, inculcar miedos y odios, enemistar a los amigos,
dividir a las familias, tornar al país en irreconciliable.
Lo ético, uno
Un estado se compone de
territorio, población y un cuerpo normativo aplicable en ese territorio.
Presupone algún modelo de pacto
–impuesto o acordado- que concibe la vida en común de quienes abarca. A dicho
pacto corresponde una forma de gobierno que varía según las circunstancias, al
compás de las variaciones del pacto originario.
En general, no se trata de
modelos de pactos elegidos al azar. Coinciden con la evolución económica de las
sociedades.
Así, en la época prehistórica de
la caza, la pesca y la recolección de frutos silvestres, el modelo de
organización fue la tribu. Un modelo que se prolongó hasta fines del siglo XIX
en las sociedades menos evolucionadas.
Luego, con el advenimiento de la
agricultura y la necesidad de un sedentarismo extendido, el modelo fue el
feudalismo. Un pacto defensivo entre señor y vasallo a cambio de un tributo en
dinero o en especie.
Con la revolución industrial, el
pacto que se abrió paso fue el de la democracia. Un hombre, un voto, fue el
correlato de un trabajador, un salario.
Sobrevinieron ensayos –todos
ellos trágicos- que pretendieron suplantar el pacto democrático por modelos de
superioridad racial o de lucha de clases. Nada de eso sobrevivió. Aunque, el
triunfo de la democracia costó millones de muertos en todas partes del mundo.
Son pocos, aunque alguno fuerte,
los países que niegan la democracia, aquellos donde el ciudadano no vota o solo
puede votar por candidatos que el poder le ofrece. China, Vietnam, Laos y Cuba,
del lado comunista; las monarquías petroleras del Golfo Pérsico, con distinto
grado de absolutismo en cada una de ellas, totalizan la cuenta, desde la vereda
de enfrente.
En el resto del mundo, con la
excepción de los denominados estados fallidos como Libia, Somalia y Sudán del
Sur o al borde de la quiebra como Siria, la democracia funciona, solo que se la
entiende y se la define de dos maneras opuestas.
Para algunos, la democracia se
limita al ejercicio del voto por parte de quienes están en condiciones de
hacerlo. Para los otros, se trata de una escala de valores sin cuyo
cumplimiento, o con un cumplimiento parcial, la democracia involuciona hacia el
autoritarismo.
Los primeros pueden ser
abarcados en un conjunto denominado democracias populistas. Los segundos, en
otro apelado democracias republicanas, aun cuando, en muchos casos se trata de
monarquías parlamentarias.
Para los primeros
-Argentina con gobierno K, Venezuela chavista, por solo citar dos ejemplos
conocidos- la población libra un cheque en blanco al ganador de la elección
presidencial. No solo no le fija límites, sino que lo autoriza a saltar por
encima de los que establece la ley.
Lo ético, dos
Así se tergiversa
la historia con el relato; se niega la realidad con la “sensación de
inseguridad” o con la adulteración –o el ocultamiento- de las estadísticas; se
ataca al Poder Judicial –y se lo intenta copar- para asegurar la impunidad; se
pretende imponer un “pensamiento único” con el embate sobre los medios de
comunicación independientes.
Es la democracia populista
–también llamada plebiscitaria- que deriva inevitablemente en el autoritarismo
al que solo pone freno la propia dinámica electoral si no están dadas las
condiciones para el fraude.
Ejemplo de ello es el “vamos por
todo” tras el 54 por ciento de la elección de Cristina Kirchner en el 2011. Un
“vamos por todo” que quedó abortado cuando la derrota electoral K en las
elecciones legislativas del 2013 con la definitiva imposibilidad de la
reelección de Cristina Kirchner. Es decir con la imposibilidad de dar un paso
mayor hacia el autoritarismo.
La elección del 2015 es el
correlato lógico de la del 2013. Aquella advertencia no fue tenida en cuenta y
este es el resultado. Era el momento de cambiar, no el de profundizar, pero eso
ya pertenece al ángulo de lo fáctico.
En la democracia populista, el
fin –el poder- justifica los medios. Ninguna extrañeza corresponde pues al
modelo de campaña elegido. Lo uno va de la mano de lo otro. Y no podía ser de
otra manera.
Era inimaginable la
prescindencia de la presidente de la República –aunque ella prefiere, por algo
será, hacerse llamar por la locutora oficial como presidente de los cuarenta
millones de argentinos y argentinas”-; era impensable un esquema de campaña
“caballeresco” y era absolutamente imposible que el “moderado” Daniel Scioli no
formase parte de lo que se conoce como la “campaña sucia”.
¿Es Scioli una víctima? De
ninguna manera. Es el especulador que pretende que los demás se ensucien para
emerger impecable. Es el pésimo gobernador que perdió la provincia de Buenos
Aires, aunque intente adjudicarle esa pérdida al impresentable Aníbal
Fernández, la diferencia entre uno y otro en territorio bonaerense fue de solo
dos puntos.
Es el acomodaticio que en los
setenta apoyó a Videla, en los ochenta votó a Alfonsín, en los noventa fue
neoliberal con Menem y en los 2000 se hizo pseudo revolucionario con los
populistas Kirchner
Creyó que la “viveza”, léase la
falta de escrúpulos, le alcanzaba para todo. Inclusive para llegar a la
presidencia del país, a través de los votos kirchneristas, a los que el sumaría
un poco, muy poco, y con eso resultaría suficiente.
De allí la genuflexión
permanente a lo largo de 12 años en los que fue echado de la Casa de Gobierno y
reprendido en público por los dos integrantes del matrimonio presidencial en
distintas ocasiones.
De allí que aceptó no defender
los intereses de la provincia que, día a día, vio mermados –durante su
gobierno- sus ingresos. Prefirió a cambio someter a una presión impositiva
nunca vista a los bonaerenses con tal de continuar con una campaña publicitaria
que tiño de naranja el territorio provincial.
Fue tal su intento de
aprovecharse de los votos K que solo se quedó con ellos, sometido por completo
a los dictados de Cristina Kirchner a quién pensaba, sin dudas, traicionar una
vez llegado al gobierno.
No es importante la campaña
sucia en sí misma. Pero es fundamental para conocer la catadura moral de quién
se enfrasca en ella. Porque campaña sucia y hombría de bien, son opuestos.
Lo fáctico
En la lógica del fin que
justifica los medios, la campaña sucia debe aún superar un examen, el del
resultado electoral del próximo 22 de noviembre.
Sencillo, si gana Scioli, la
campaña sucia habrá rendido frutos. Caso contrario, posibilitará una nueva
evolución del electorado que comenzó en el 2013 y está a punto de concluir.
Fácil resulta deducir, siempre y
solo desde lo fáctico, que cuando se la emplea, se recurre a ella es porque los
resultados previos aparecen como desastrosos.
Difícil es imaginar lo
contrario. Es impensable echar mano de ella, si las predicciones fuesen
favorables. En 2011, con encuestas favorables, Cristina Kirchner, no solo no
hizo campaña sucia, sino que, directamente, no hizo campaña.
Ahora ocurre todo lo contrario.
Las encuestas afirman –también las encuestas se equivocan- un triunfo de
Mauricio Macri con un promedio de entre 6 y 8 puntos de ventaja.
Pero, más allá de las encuestas
y sus no muy confiables predicciones, es la sensación de retirada y de derrota
la que prevalece en el seno del propio oficialismo.
No otra cosa es el
apresuramiento para aprobar leyes y, sobre todo, para nombrar personal en
distintas áreas de gobierno y, en particular, en el Poder Judicial para
asegurar impunidad, esto último independientemente del resultado electoral. Es
un “intentamos copar todo cuanto podamos, antes del 22 de noviembre”.
Y junto a la sensación de
retirada y de derrota está el mar de fondo en el seno mismo del oficialismo. Es
que el Frente para la Victoria tiene los días contados y todos lo saben.
Los ultra K serán, de acá en
más, el kirchnerismo a secas con una columna vertebral en lo que quede de La
Cámpora. De su lado, el peronismo se hará fuerte en los gobernadores de
provincia y buscará un referente nacional que motivará una lucha interna posiblemente civilizada y democrática, sin la
presencia K.
De allí que la campaña sucia se
tornará en un “boomerang” contra Scioli.
Primero, porque el peronismo no hace
sino tomar distancia de ella, como lo hace cada vez que se le presenta la
oportunidad, el gobernador salteño –y candidato a referente futuro- Juan Manuel
Urtubey.
Segundo porque Cristina Kirchner
la profundiza en el interés de una derrota de Scioli sobre quien hará recaer
todas las culpas, “por no defender lo suficientemente el modelo”. Como dijo el
“carnicero” Alberto Samid: “cada vez que Cristina habla perdemos 700 mil
votos”.
Scioli no sembró vientos, pero
desplegó las velas para recorrer distancias gracias a los vientos que otros
sembraban, ahora, como los que los sembraron, recoge tempestades.
Su intención de aprovecharse de
los demás y de confundir a los restantes parece llevarlo derechito a
convertirse en el mariscal de la peor derrota de la historia del peronismo. Su
futuro político está a solo dos semanas de terminar de la peor manera posible.
Habrá llegado, entonces, el
momento de evaluar la triste conjunción entre campaña sucia y derrota
electoral.
Cambiemos
Campaña tranquila, si las hay,
es la campaña de Cambiemos. En parte, porque encuestas, percepciones y
multiplicación de señales de derrota del otro lado, así lo recomiendan. Y en
parte, porque nunca estuvo en los planes de ningún sector opositor hacer campaña
sucia. Ni Macri, ni los restantes ex contendientes.
Nadie usó la muerte del fiscal
Nisman, nadie usó a su familia, ni a los Qom, de la misma manera en que los K
manipularon –con el “curro” de los derechos humanos, no con los derechos
humanos- a las Madres de Plaza de Mayo con Sueños Compartidos o a las abuelas
con los conchabos para la familia Carlotto.
Hoy, Cambiemos posterga todo
tipo de definición hasta después del 22 de noviembre. En particular aquellas
que tienen que ver con el armado de los gabinetes ministeriales de la Nación,
de la Provincia de Buenos Aires y de la Ciudad de Buenos Aires.
En el caso de la Nación, por dos
razones. Primero, porque no se ganó y por lo tanto no se debe “quemar” nombres
y, en segundo término, porque el no anticipo de los nombres se convirtió, por
“contrario sensu”, en una demostración de fortaleza.
Fueron Scioli, y en alguna
medida Sergio Massa, quienes dieron a conocer los nombres de sus eventuales
ministros como un intento de conseguir más apoyo. Macri decidió no utilizar el
mismo recurso.
Pero además porque Cambiemos se
verá en la necesidad de “multiplicar” funcionarios. De un gabinete, ciudad de
Buenos Aires, ya deberá crear otro en la provincia de Buenos Aires. Y, si gana
la Nación, será el turno del tercero que pasará a ser el más importante.
Obviamente, la prioridad es,
llegado el caso, la Nación. María Eugenia Vidal y Horacio Rodríguez Larreta
deberán conformarse con el resto.
Y el resto quedará conformado
con las promociones de funcionarios de segundo nivel de la ciudad de Buenos
Aires, con nombres que acerquen empresas y ONG, y con los cuadros del
radicalismo y, en menor medida, de los restantes aliados de Cambiemos.
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