Lunes, 16 de Marzo de 2015
Estas palabras fueron publicadas en la madrugada del domingo –tras su triunfo- en la cuenta de Twitter de Ernesto Sanz. Una simple frase, un latiguillo de esperanza y el aire puro que tanto necesitaba la sociedad argentina.
Cierto es que el
radicalismo no es un partido fácil. Sus 124 años de historia parecen darle la
razón de qué significa la República y cuáles son los valores de la democracia
como sistema de vida en libertad.
La crítica
fácil, ignorante o despiadada, llevan a quienes se creen entendidos de la
realidad social argentina a sentirse exégetas de cómo dirimir los diferentes
criterios de opinión. Hasta ahora nadie puede demostrar otra manera que la
discusión y la decisión de las mayorías como sistema de solución de los
conflictos ideológicos.
La Convención
Nacional celebrada en Gualeguaychú el pasado fin de semana ha sido histórica.
Solo comparable –a contrario sensu- con la de Avellaneda de 1957 donde la
incomprensión de dos líderes de entonces como Balbín y Frondizi lo llevaron a su
división por las “patéticas miserabilidades”, famosa frase de Yrigoyen.
Mayor aún que la
de noviembre de 1993 en Santa Rosa cuando Alfonsín logró la mayoría para aprobar
“el Pacto de Olivos”, que facilitaría la reforma constitucional y permitiera
la reelección de Carlos Menem. Esa sombría madrugada en que quien esto escribe,
si no hubiera sido desmayado de un sillazo mientras Moreau hacía uso de la
palabra y comparaba a Balbín con Chamberlain, hubiera logrado ahorcarlo (Moreau
ya había perdido el sentido) y cometido un homicidio sin sentido.
Ese fanatismo
irracional que muchos radicales hemos padecido a lo largo de nuestras vidas ayer
fue dejado de lado.
Y debe
merituarse ante ello el papel de Julio Cobos, quien al saber que su postura
antiacuerdista no contaba con los votos necesarios, aceptó la propuesta de Sanz
de votar sólo la moción de los acuerdos, de modo que quien resultara vencido
desistiera de su candidatura.
Resulta muy
fácil escribirlo pero mucho más difícil comprender las horas y días que el
diálogo entre ambas partes fue limando asperezas hasta el momento crucial.
Traiciones y
mezquindades aparte, la postura del bloque presidido por Federico Storani,
fundador de la Junta Coordinadora Nacional en 1968 –plena dictadura de Onganía-
en Setúbal (Santa Fe) y junto al trabajo silencioso de Facundo Suárez Lastra,
Gustavo Posse y José María García Arecha (Secretario de la Convención Nacional)
lograban aggionar la doctrina del centenario partido.
Atrás quedaba la
fallida adhesión a la Internacional Socialista y a la socialdemocracia europea
que dominó al radicalismo a finales del siglo pasado.
Habían entendido
que el mundo había cambiado y que en la actualidad la libertad se enfrenta a
Rusia, China, los pseudoprogresismos izquierdosos de América Latina y al
fundamentalismo islámico con la única arma de la razón y la legalidad.
Han entendido
que tras la caída del Muro de Berlín en 1989 ha renacido –lamentablemente- un
mundo bipolar y menos democrático.
En la Argentina
ya no existe “el partido militar” al que echarle las culpas. El adversario de la
hora es el populismo prebendario, irracional y demagógico del que el
kirchnerismo en estos largos doce años ha sido abanderado.
Agotado pero
feliz, ya despuntando el nuevo día, se le escuchó confesar a Sanz a uno de sus
más fieles amigos: “Lo importante del acuerdo UCR-PRO-CC es que, gane quien
gane, hay un proyecto común de gobernabilidad. Hace mucho tiempo que no vivíamos
algo así en la Argentina”.
Antes era una
utopía, desde hace horas parece un sueño, dentro de cinco meses puede ser
realidad.
¡¡¡Que así
sea!!!
Humberto
Bonanata
www.humbertobonanata.com.ar
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Twitter: @hbonanata
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Buenos Aires,
Marzo 16 de 2015

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