13 / 02 / 2014
Por Ilya Kotov
UNA POSTURA ERRÁTICA SOBRE EL PROGRESO
Cuando en promedio solo 1 de cada 10 jóvenes que comienzan una carrera logran terminarla. Cuando hay cerca de 1.500.000 jóvenes en el país que no estudian ni trabajan —los llamados “ni-ni”—. Cuando el empleo no registrado supera el 40%. Cuando un barrendero gana más del doble que un médico o un abogado. Algo anda mal.
Por empezar, ¿Por qué tan pocos jóvenes
terminan una carrera universitaria? ¿Tienen los incentivos para hacerlo? ¿Tienen
una recompensa por su sacrificio? Esta es una buena pregunta para comenzar el
análisis.
Por qué un joven no trabajaría, si al fin y
al cabo el dinero es necesario para la subsistencia misma. Tal vez porque otro
le provee el sustento económico para sobrevivir, y él no tiene que hacerlo. En
caso de que sean sus padres, puede ser un mal ejemplo, pero aún así es
comprensible. Cada uno puede educar a sus hijos a su manera y es libre de
hacerlo. Pero si sus padres no pueden, ¿Quién lo hace? El Estado.
Por ello, es que en los últimos días CFK
lanzó un plan denominado ¿“PROG.R.ES.AR”? Con muchas similitudes al ya conocido
“Jóvenes con Más y Mejor Trabajo”, que evidentemente no resultó. Al nuevo plan
nuestra presidente lo “vende” como ¿“Un nuevo derecho”? Un disparate total,
tanto jurídica como conceptualmente.
Dicho plan propone que los jóvenes que
tienen entre los 18 y 24 años que no trabajan, trabajan informalmente o tienen
un salario menor al mínimo vital y móvil y su grupo familiar posee iguales
condiciones, cobrarán del Estado una prestación de $ 600 por mes, con el
objetivo de iniciar o completar sus estudios en cualquier nivel educativo. Con
el detalle de que promueve el trabajo no registrado, ya que de dicha forma lo
habilita a uno a cobrar el plan.
Haciendo cuentas, el Estado va a destinar
cerca de $ 10.000.000.000 anuales —sin control alguno— para que estos jóvenes
“ni-ni” puedan terminar sus estudios. La pregunta es, si la misma
plata va a destinarse para ello o solamente será un plan más para conseguir
adeptos y fomentar el clientelismo político. ¿Sería la forma más eficiente de
lograr el objetivo propuesto entregando esta gran suma de dinero en mano? Ya
hemos visto como el Estado administra nuestros recursos, ejemplos sobran:
Aerolíneas Argentinas, Fútbol Para Todos, etc. ¿Por qué deberíamos creerle en
esta oportunidad? ¿Qué ha cambiado? Debemos sacar a los pobres de la miseria con
un mecanismo que funcione, una propuesta integral, de inclusión, y no seguir
fomentándolos mediante una política depravada y obsoleta. ¿Y que pasará con
esta generación cuando se acabe el plan?
Los jóvenes necesitan un incentivo mayor que
$ 600 por mes para embarcarse a estudiar una carrera de 6 u 8 años y
calificarse, con los sacrificios y dificultades que ello implica. Y una vez que
la terminen, ¿Que incentivos o mejorías reales en su calidad de vida van a
tener?
Veamos un ejemplo: un joven destina 8 años
de su vida estudiando la carrera de medicina en la
UBA, trabajando a
la par, sacrificando tiempo propio, tiempo que podría pasar con su familia,
recursos, pasando frió en invierno en las —muchas veces— precarias instalaciones
de la
UBA.
Finalmente se recibe.
Comienza a trabajar en la guardia de un hospital público donde ni siquiera tiene
los insumos para poder realizar su trabajo —¡Salvar vidas!— y por lo cual
percibe un salario que no llega a $5.000. Por otro lado, tenemos a otro joven
que trabaja de barrendero y percibe entre $ 10.000 y $ 12.000 por su trabajo.
Por último, tenemos a otro joven que trabaja en la industria de la construcción
y otro manejando un camión, ambos con sueldos de entre $ 15.000 y $ 20.000
mensuales. Estas distorsiones salariales solamente nos roban los sueños y las
ganas de progresar.
Ahora, ¿Que incentivo tiene un joven para
hacer una carrera de tantos años de sacrificio si los beneficios no están a la
vista? ¿Qué incentivo tiene un joven para trabajar, si cobrando planes sociales
obtiene una renta muchas veces similar a un sueldo? Es allí donde radica el
problema. Estamos educando a una generación con las premisas erradas, y todo lo
que se construya sobre ello algún día se derrumbará. Debemos revisar nuestro
rumbo. Necesitamos un contexto para fijar objetivos realizables en nuestras
vidas e ir cumpliéndolos. Sentir y saber que esta en nosotros lograrlo y
superarnos cada día.
Debemos alentar al joven para que éste pueda
tener un proyecto de vida a mediano y largo plazo que sea realizable. Necesita
ver que hay un mejor futuro para él y los suyos, que existe un escenario de
previsibilidad, de estabilidad, de seguridad, en el cual uno pueda
desenvolverse. Porque de lo contrario siempre viviremos pensando en el hoy y la
sociedad va dejando de tener proyectos, planes de vida y de progreso, propios y
los de la familia. Las ganas de superarse se esfuman. Una persona que invierte
tiempo y dinero en capacitarse e intentar progresar debe tener un mejor estímulo
para lograrlo. Hoy nuestro país lamentablemente no puede brindarlo.
La próxima generación de dirigentes
políticos deberá revisar estas políticas que no nos llevan a ningún puerto y
alentar a los jóvenes a trabajar y estudiar ofreciendo beneficios reales, y no
proponiéndoles un camino más sencillo que solo los lleva a la nada misma y al
estancamiento. Ese es el camino del facilismo. Necesitamos un futuro en el cual
podamos creer y por el cual luchar. Los jóvenes pedimos
incentivos.
El verdadero progreso de un país y una
sociedad radica en su aumento cultural, en el aumento de la mano de obra
calificada y profesionalizada, en una mayor cantidad de emprendedores.
Necesitamos crear fuentes de trabajo genuinas y modernas. Fuimos potencia hace
un siglo y podemos volver a serlo. Nuestra principal preocupación no debe
centrarse en que si los ricos se han vuelto más ricos, sino en como estaban los
pobres ayer y como están hoy, que la gente de clase baja pase a formar parte de
la clase media, que pueda tener un plan de vida posible y realizable. Si un país
puede lograr que los pobres dejen de serlo, ¿Qué importa si los ricos se han
vuelto más ricos? Hay que tener la filosofía del progreso y no la de la envidia.
Hay que crear un ambiente institucional. Necesitamos poder creer en un futuro
mejor. Un país necesita crear riqueza, riqueza genuina —no mediante la impresión
de papel moneda—. El Estado no puede crearla por decreto. De esto se han dado
cuenta hace tiempo países sudamericanos que venían de ser gobernados por gente
que viene de la izquierda, como es el caso de Bachelet en Chile, Lula en Brasil,
Vázquez y Mujica en Uruguay y hasta Alan García en Perú. Debemos entender
como país el mensaje arrollador de la realidad. El contexto global esta hoy de
nuestro lado.
Los únicos que crean riqueza somos nosotros,
los ciudadanos, y lo que el Estado debe hacer es dejar desarrollarnos libremente
y que podamos cosechar nuestros logros. Nos debe ofrecer oportunidades, algo que
hoy escasea.
Ilya
Kotov
Abogado
Docente Universitario (UBA y UMSA)ogreso de la Nación


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