sábado, 15 de febrero de 2014

Hay lecciones para muchos gobiernos que deberían aprender de un país que viene retrocediendo los últimos 100 años





febrero 15, 2014


 Hace cien años, cuando Harrods decidió abrir su primera sucursal en el extranjero, eligió a la ciudad de Buenos Aires para hacerlo. En 1914 la Argentina sobresalía como el país del futuro. Su economía había crecido más rápido que los EEUU en los cuarenta años previos. Su PBI per cápita era superior al de Alemania, Francia o Italia.

 Contaba con tierras bellamente fértiles para la agricultura, un clima asoleado, una nueva democracia (ya que se introdujo en 1912 el sistema de sufragio universal), una población educada y además contaba con la danza más erótica del mundo. Los inmigrantes venían desde allende los mares al son del tango. Para los jóvenes y ambiciosos, era difícil elegir entre radicarse en la Argentina o California.

Todavía quedan muchas cosas queribles en la Argentina, que van desde la gloriosa y agreste Patagonia hasta el mejor jugador de fútbol del mundo, Lionel Messi.

 Probablemente los Argentinos sean la gente más buena moza del planeta. Pero su país está en ruinas. Harrods cerró definitivamente sus puertas en 1998. Argentina está nuevamente en medio de una crisis como mercado emergente. Pero ésta no tiene otro culpable que la incompetencia de su presidente, Cristina Fernández, aunque ella es meramente la última en la línea de sucesión de una larga cadena de populistas económicamente analfabetas, que se pueden contar desde Juan y Eva (Evita) Perón, y aun antes. Olvídense de intentar competir con los Alemanes. Los Chilenos y los Uruguayos, a quienes los Argentinos miraban con desdén, son ahora mucho más ricos. La niñez en esos dos países vecinos -junto con la niñez de Brasil y México también- rinden mejores exámenes de educación internacionales que los Argentinos.

Pero, por qué hacer hincapié en una sola tragedia nacional? Cuando la ciudadanía considera qué es lo peor que le podría suceder a su país, piensan en el totalitarismo. Dado el fracaso del comunismo, esa fatalidad ya no parece que les pueda golpear.

Suponiendo que se produjese una revuelta en Indonesia, difícilmente sus ciudadanos verían el modelo a seguir al de Corea del Norte; los gobiernos de Madrid o Atenas no andan citando obras de Lenin como respuesta a sus problemas con el euro. El verdadero peligro sería en todo caso, el que sin darse cuenta se conviertan en una Argentina del siglo 21. Porque no sería nada difícil deslizarse hacia un atraso permanente. Tampoco sería necesario padecer un extremismo como ingrediente, o por lo menos un poco de extremismo: instituciones débiles, políticos por herencia o vernáculos, dependencia perezosa de pocos activos y la negativa persistente a confrontar la realidad bastaría para entrar dicho atraso.

Como dice la letra de una famosa canción: “durante todos mis días salvajes, y mi loca existencia…”

Como en cualquier otro país, la historia de la Argentina es verdaderamente única. Ha tenido mucha mala suerte. Su economía no sólo fue fogoneada por las exportaciones sino golpeada por el proteccionismo de los años entre las dos guerras mundiales.

Dependió demasiado de Gran Bretaña como socio comercial. Los Perón fueron seductoramente populistas. Al igual que la mayoría de los países de América Latina, Argentina se abrazó al consenso de Washington a favor de los mercados abiertos y las privatizaciones en los ’90 cuando produjo la convertibilidad de su moneda. Pero cuando se produjo su caída en 2001, el golpe que sufrió su economía fue realmente salvaje -dejando a los argentinos en un estado permanente de sospecha ante cualquier intento de reforma liberal.!!

Pero la mala suerte no es la única culpable de sus males (ver el artículo explicatorio en http://www.economist.com/news/briefing/21596582-one-hundred-years-ago-argentina-was-future-what-went-wrong-century-decline). (Ver N. de T). Tanto en su sistema económico, sus políticas, su negativa a cambiar, la declinación de la Argentina ha sido en gran parte auto-infligida.

La principal fortaleza de la Argentina en 1914, que eran sus commodities, pronto se tronaron en su maldición. Hace un siglo el país era gran protagonista al adoptar novedosas tecnologías -la exportación de sus carnes refrigeradas marcaron hitos en esos días- pero jamás intentaron agregar valor a sus exportaciones de alimentos (incluso hoy, su comida consiste en emplear la mejor carne del mundo para asarla).

Los Perón construyeron una economía cerrada que brindó una protección populista a sus industrias ineficientes; en cambio en los ‘70, los generales de Chile se abrieron a todos estos sistemas de producción y exportación, y salieron adelante. El proteccionismo acérrimo de Argentina ha -prácticamente- destrozado el famoso acuerdo comercial local del MERCOSUR. El gobierno de la Sra. Fernández no sólo fija tarifas de importación, sino que además le cobra impuestos a las exportaciones agrícolas.

La Argentina no creó las instituciones necesarias para proteger a su joven democracia contra sus fuerzas armadas, de manera tal que el país quedó inerme y sujeto a los diversos golpes militares. A diferencia de Australia, que es otro país rico en commodities, la Argentina no hizo nada por desarrollar partidos políticos fuertes capaces de crear y repartir riquezas: el sistema político fue capturado por Perón y sus seguidos que se enfocó en practicar el personalismo muy influyente.

La Suprema Corte ha sido una y otra vez dominada por la política y manejada a gusto. La credibilidad del sistema estadístico oficial fue destruido al intervenirlo por razones políticas. El sistema de coimas y enriquecimiento ilícito es endémico: dentro del ranking de Transparency Internacional en materia de corrupción, la Argentina figura en un pobrísimo puesto 106. Reconstruir las instituciones será una muy ardua tarea.

Los líderes de Argentina prefieren en su mayoría transar en acuerdos rápidos -con líderes carismáticos, tarifas milagrosas y modificaciones monetarias antes que, digamos, programas una reforma en serio para el sistema educativo del país.
Hasta ahora esas soluciones no han resultado ser todo lo que prometían ser.

El retroceso (o declinación) de la Argentina ha sido seductoramente gradual. Pese a los terribles períodos, tales como el de los ‘70, no ha debido padecer nada parecido a lo realmente monumental que infligieron Mao o Stalin a sus respectivos países. A lo largo de toda su declinación o retroceso (como prefieran llamarlo) los cafés de Buenos Aires siguieron sirviendo su ricos expresos y medialunas. Lo cual convierte su enfermedad en una especialmente peligrosa.

Y los países ricos no son inmunes. Por ejemplo California pasa ahora por una de sus fases de estabilidad, pero no está muy claro si definitivamente ha abandonado su adicción a los “acuerdos” rápidos a través de referéndums, y sus gobernación continua “maniobrando” su sector privado. En los países del sur de Europa tanto los gobiernos como el comercio / industria, no han aceptado reconocer la realidad de sus problemas. 

Italia, por ejemplo, exige con petulancia que las agencias clasificadoras deben tomar en cuenta “su riqueza cultural”, en lugar de analizar a fondo sus bien disimuladas y escabrosas finanzas oficiales, todo lo cual suena muy al estilo de la Sra. Fernández. La Unión Europea protege a España y Grecia para que su situación no se espiralice y se convierta en una autarquía. Pero, ¿qué pasaría si la zona del euro se quebrase?

Sin embargo, el mayor peligro yace en el mundo emergente, donde el progreso ininterrumpido hacia la prosperidad está empezando a ser visto con imparable. Demasiados países han surgido al progreso mediante la exportación de commodities, pero al mismo tiempo han descuidado peligrosamente sus instituciones. Por ejemplo ahora, con China que demuestra tener menos “hambre” por materias primas, podría dejar expuestas sus debilidades del mismo que lo ha hecho la Argentina. 

El populismo acecha a muchos países emergentes: muchas Constituciones han sido “modificadas”. Siendo superdependientes del petróleo y el gas, gobernados por cleptócratas y contando con una autoestima altamente peligrosa, Rusia se parece en muchos aspectos. Hasta mismo Brasil ha flirteado con un nacionalismo económico, mientras que Turquía que tiene al autocrático Recep Tayyip Erdogan, está mezclando Evita con Islam. En demasiados lugares del Asia emergente, incluyendo a China y la India, el capitalismo de amigos (o compinches) está a la orden del día. La desigualdad está alimentando la misma rabia que produjeron los Perón y quienes le siguieron.

La lección que da la parábola de Argentina es que lo que realmente importa es un buen gobierno. Puede ser que lo hayan aprendido. Pero las chances son de que de aquí a 100 años, el mundo mirará hacia otra Argentina -un país del futuro que se quedó estancado en el pasado.
Traducción de Irene Stancanelli para el Informador Público

No hay comentarios:

Publicar un comentario