En conjunto, las economías en crisis de la Argentina, Brasil,
Venezuela, India, Indonesia, Rusia, Sudáfrica y Turquía tienen el mismo
peso en la economía mundial que China. En este nuevo escenario, las
alternativas para la economía argentina no parecen incluir la
posibilidad de que el plan de Axel Kicillof revierta la triple amenaza
de la pérdida de reservas, el alza de la inflación y la suba del dólar.
Según una versión simplista, la llave maestra del desenlace de la crisis
la tendrían los gremios. Aceptando paritarias anuales, le darían al
gobierno una herramienta importante de estabilización. En caso
contrario, con la exigencia de revisiones periódicas de las paritarias,
la amenaza de que se repita un rodrigazo estaría a la vuelta de la
esquina.
La traducción a los escenarios políticos es simple. En la peor hipótesis, se instalaría como eje del debate lo que acaba de plantear sorpresivamente el gobernador de Misiones Maurice Closs: que CFK corre el riesgo de no completar su mandato, como le ocurriera a Raúl Alfonsín y Fernando de la Rúa. En la intimidad del poder habría especulaciones acerca de qué hacer ante la peor hipótesis. Una alternativa que se baraja es la posibilidad de que, ante una situación económica descontrolada, el cristinismo opte por adelantar las elecciones presidenciales, por ejemplo, a marzo o abril del 2015. Pero de ningún modo se adelantaría la entrega del poder.
El adelantamiento sería para descomprimir pero CFK continuaría ejerciendo el poder hasta el último minuto de su mandato. Contra este proyecto se alza el artículo 95 de la Constitución Nacional, que dice: “La elección se efectuará dentro de los dos meses anteriores a la conclusión del mandato del Presidente en ejercicio”, o sea, no antes de octubre. En otras palabras, que un adelantamiento de las presidenciales implicaría, como en el ‘89, una entrega adelantada del gobierno.
Sobre este punto gira la estrategia de Sergio Massa, quien mantendría por ejemplo conversaciones con Florencio Randazzo, que apuntarían a una candidatura a gobernador de Buenos Aires de este último. Lo de Randazzo, igual que las palabras de Closs, escondería conversaciones reservadas entre gobernadores del PJ y las palomas del kirchnerismo. La posición de Daniel Scioli en este juego es muy particular, porque él no tendría margen -debido a la delicada situación financiera de Buenos Aires y a su escasa vocación de confrontación- para encabezar una ruptura del oficialismo. Y hasta ahora es un enigma si consiguió avanzar en negociaciones secretas con la presidente para asegurarse el rol de sucesor.
A todo esto se le suma un tercer factor que empieza a gravitar en la dirigencia política. La magnitud de la debacle económica que amenaza al gobierno es suficiente como para dañar electoralmente al peronismo en su conjunto. Sobre todo teniendo en cuenta que hay sólo dos grandes candidatos instalados: Scioli y Massa. El primero optó por silenciar sus diferencias con la Casa Rosada hasta el límite de lo políticamente aceptable. Y el segundo, aunque practica la disidencia, no puede evitar cargar con su propio pasado de jefe de gabinete de ella y con un rosario de colaboradores que evocan al kirchnerismo de sus mejores épocas, como José Luis de Mendiguren, Alberto Fernández, Felipe Solá, etc.
Tanto el sciolismo como el massismo podrían entonces sufrir en carne propia una desperonización del electorado de clase media, castigando en niveles no muy lejanos a los del 2001. La crisis económica, en una de sus facetas, está ensanchando el espacio electoral del no peronismo.
La traducción a los escenarios políticos es simple. En la peor hipótesis, se instalaría como eje del debate lo que acaba de plantear sorpresivamente el gobernador de Misiones Maurice Closs: que CFK corre el riesgo de no completar su mandato, como le ocurriera a Raúl Alfonsín y Fernando de la Rúa. En la intimidad del poder habría especulaciones acerca de qué hacer ante la peor hipótesis. Una alternativa que se baraja es la posibilidad de que, ante una situación económica descontrolada, el cristinismo opte por adelantar las elecciones presidenciales, por ejemplo, a marzo o abril del 2015. Pero de ningún modo se adelantaría la entrega del poder.
El adelantamiento sería para descomprimir pero CFK continuaría ejerciendo el poder hasta el último minuto de su mandato. Contra este proyecto se alza el artículo 95 de la Constitución Nacional, que dice: “La elección se efectuará dentro de los dos meses anteriores a la conclusión del mandato del Presidente en ejercicio”, o sea, no antes de octubre. En otras palabras, que un adelantamiento de las presidenciales implicaría, como en el ‘89, una entrega adelantada del gobierno.
La descapitalización electoral del peronismo
En lo inmediato, si se consolida el fracaso de la gestión de Kicillof, un ministro absolutamente identificado con la presidente, ella podría pagar costos políticos altos dentro del peronismo. Por ejemplo, que se ponga en tela de juicio su autoridad para digitar al candidato a presidente del oficialismo. Hasta ahora, el rol de gran electora de Cristina fue un sobreentendido, pero no hay garantías de que, ante el derrumbe económico, esta premisa no sea cuestionada. Esta cuestión está directamente ligada a la posibilidad de un acortamiento del mandato presidencial. Si las posibilidades de éste aumentan, también crecería la indisciplina, porque el gobierno tendría un margen cada vez más estrecho para castigar a los que disientan.
Sobre este punto gira la estrategia de Sergio Massa, quien mantendría por ejemplo conversaciones con Florencio Randazzo, que apuntarían a una candidatura a gobernador de Buenos Aires de este último. Lo de Randazzo, igual que las palabras de Closs, escondería conversaciones reservadas entre gobernadores del PJ y las palomas del kirchnerismo. La posición de Daniel Scioli en este juego es muy particular, porque él no tendría margen -debido a la delicada situación financiera de Buenos Aires y a su escasa vocación de confrontación- para encabezar una ruptura del oficialismo. Y hasta ahora es un enigma si consiguió avanzar en negociaciones secretas con la presidente para asegurarse el rol de sucesor.
A todo esto se le suma un tercer factor que empieza a gravitar en la dirigencia política. La magnitud de la debacle económica que amenaza al gobierno es suficiente como para dañar electoralmente al peronismo en su conjunto. Sobre todo teniendo en cuenta que hay sólo dos grandes candidatos instalados: Scioli y Massa. El primero optó por silenciar sus diferencias con la Casa Rosada hasta el límite de lo políticamente aceptable. Y el segundo, aunque practica la disidencia, no puede evitar cargar con su propio pasado de jefe de gabinete de ella y con un rosario de colaboradores que evocan al kirchnerismo de sus mejores épocas, como José Luis de Mendiguren, Alberto Fernández, Felipe Solá, etc.
Tanto el sciolismo como el massismo podrían entonces sufrir en carne propia una desperonización del electorado de clase media, castigando en niveles no muy lejanos a los del 2001. La crisis económica, en una de sus facetas, está ensanchando el espacio electoral del no peronismo.


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