Martes 10 SEP 2013
Por HÉCTOR LANDOLFI
Me hubiera gustado referirme a la concepción estratégica de la presidenta pero, más allá de oírla decir que la Argentina actual no tiene hipótesis de conflicto –expresión semejante a la de un director de hospital que dijera "no existen más las enfermedades"–, poco es lo que puede deducirse de los dichos de la comandante en jefe de las Fuerzas Armadas.
La estrategia es el objetivo superior a alcanzar y la táctica es la ejecución previa y sucesiva de los pasos que conducen a la meta elegida. Algunos pensadores llaman a la estrategia "la gran idea".
Debe destacarse que para lograr objetivos estratégicos, y muy especialmente para aplicar con eficacia las tácticas consecuentes, las Fuerzas Armadas requieren de un alto grado de profesionalidad. Ésa es la función de los colegios militares en todos los ejércitos del mundo, cualquiera sea la concepción política o la orientación ideológica del Estado al que sirvan. Y, para mantenerlas en aptitud y capacidad para que cumplan los objetivos que el poder político les asigna, deben tener el armamento adecuado y realizar con persistencia operativos y ejercicios de entrenamiento.
La formación profesional de los militares es hoy más necesaria que nunca dada la irrupción de una sofisticada tecnología en todos los estamentos de la actividad castrense.
Espero que el lector me disculpe por la obviedad de los párrafos precedentes. Si hago hincapié en estos aspectos de las funciones militares es porque parecería que el poder político los ignora.
El gobierno nacional ha dado preferencia a lo ideológico y al espionaje en la conducción del brazo armado de la Nación y la designación de los ministros Garré y Rossi, y la del general Milani como jefe del Ejército, obedece a ese designio.
Debemos admitir que estos funcionarios no ocultaron lo que se propusieron hacer. La ministra Garré, en su momento, dijo que se había firmado un acuerdo militar con Venezuela para la formación de oficiales; es evidente que se busca lavarles el cerebro a nuestros militares con dosis de "chavismo". Rossi fue más explícito aún que Garré. El actual ministro de Defensa recibió recientemente en su despacho a Ernesto Laclau, el ideólogo mayor del kirchnerismo. Laclau es un filósofo neomarxista que jamás escribió una palabra sobre cuestiones militares, pero como correligionario del ministro de Defensa y guía ideológico de la comandante en jefe se mueve con libertad por los despachos oficiales.
Pero no sólo las encumbradas oficinas del gobierno tienen las puertas abiertas para el filósofo argentino que desde Londres juzga la conducta de sus coterráneos. Las universidades nacionales de Buenos Aires, Rosario, Córdoba y San Martín, la Universidad Católica de Córdoba y la Universidad San Pablo de Tucumán no se han quedado atrás en halagar a Laclau: cada una de esas instituciones académicas le otorgó el doctorado honoris causa al filósofo oficial. Y simultáneamente, en actitud sospechosa e injusta, le niegan (salvo las de Buenos Aires y La Plata) el mismo reconocimiento al Dr. Mario Bunge, uno de los mayores científicos y filósofos de nuestro país. Bunge cuenta con dieciséis doctorados honoris causa de las principales universidades del mundo, fue galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias, es profesor emérito de la Universidad McGill –institución privada canadiense que produjo siete Premios Nobel– y publicó más de treinta libros traducidos y reeditados en los idiomas de mayor importancia universal.
Las universidades públicas del conurbano bonaerense contienen una buena cantidad de seguidores de Ernesto Laclau; no obstante, él prefiere –como Cristina, su famosa alumna, que opta por Harvard y no por La Matanza– transitar niveles académicos más glamorosos. Sus preferidas son la Universidad de Essex y la de Brighton, esta última nacida al calor –y al fragor– de la Revolución Industrial para diseñar los productos de esa nueva industria, con lo que cimentó las bases estéticas del supercapitalista derecho de propiedad intelectual.
Con frecuencia me pregunto si la universidad pública actual, con su sesgada visión ideológica, donde psicoanálisis y marxismo –y más recientemente el neomarxismo de Laclau– son "verdades reveladas" que en abierta oposición a la libertad académica son imposibles de cuestionar, va a poder producir tres premios Nobel en ciencias como los logrados por la Universidad de Buenos Aires hace algo menos de un siglo: Houssay, Leloir y Milstein.
Un aspecto básico de la docencia militar pasa por el análisis de los conflictos contemporáneos e históricos para así obtener enseñanzas y sacar conclusiones que luego alimentan la elaboración de la propia doctrina castrense.
En este terreno bueno sería que las autoridades del poder militar de la Nación tengan en cuenta qué ocurrió cuando la conducción estratégica fue sobrepasada por una visión ideológica. Al respecto citaré sólo dos casos.
El primero refiere ¡nada menos! que a Napoleón. Cuando el Gran (algunos con maledicencia lo llaman "El pequeño") Corso decide invadir España apela a un justificativo ideológico: "El pueblo español recibirá alborozado a las tropas francesas por ser portadoras del liberalismo".
Los habitantes de la península ibérica no llegaron a entender la particular visión que del liberalismo tenían los franceses. La aplicación práctica de esos principios por parte del Ejército galo consistió en perpetrar el pillaje, el robo a iglesias y museos y la tortura a campesinos para obtener información y alimentos.
El mariscal Montgomery, con lauros suficientes como para juzgar a un colega y no sin cierta dosis de humor inglés, dijo del emperador galo: "Napoleón se dedicó a difundir la democracia y el pillaje". Buena parte de lo contenido en el Museo del Louvre, e incluso en algunas plazas en París, asevera los dichos del militar británico.
La conducta francesa originó la sublevación del pueblo español, que fue reprimida con salvajismo por el Ejército napoleónico. Esta barbarie la expresó genialmente Goya en su pintura.
Estos abusos provocaron la Guerra de la Independencia Española –en la que participó nuestro San Martín–, que logró expulsar a los franceses de España. La derrota de su propio y orgulloso Ejército no le aportó ninguna enseñanza a Napoleón: dos años más tarde cometería un error más grave aún al invadir Rusia.
El segundo ejemplo es el del Ejército Rojo, fundado y dirigido por Trotski en la entonces naciente Unión Soviética. El conocido promotor de la "revolución permanente" saturó su ejército con "comisarios del pueblo", con lo que logró una fuerza ideológica de tipo policial más apta para reprimir que para combatir a un oponente militar.
Así conformado, el nuevo Ejército soviético sirvió para exterminar a buena parte de los mencheviques (socialdemócratas), fracción perdidosa del marxismo ruso, y para aniquilar a la guerrilla rural maknovista (anarquista) tras admitirla como aliada durante la Revolución Rusa.
Cuando Stalin, ya dueño absoluto del poder soviético, envía a ese ejército a Finlandia para que se la traiga en bandeja, esa fuerza armada sufre una ignominiosa derrota a manos del pequeño ejército finés. El heroísmo patriótico de los soldados finlandeses, reflejado musicalmente por Sibelius, rechaza al ideologizado y tres veces superior Ejército Rojo soviético. Ante el bochornoso fracaso Stalin, fiel a su estilo, fusila a varios cientos de trotskistas, militares y civiles y llama al servicio a los oficiales zaristas, mano de obra desocupada pero profesional, que integraron el núcleo inicial del nuevo Ejército Rojo.
El pensamiento militar de Cristina se expresa a través de una receta ideológica integrada por la percepción de que no existen hipótesis de conflicto, criterio contradictorio con la propia esencia del poder militar y con lo que enseña la Historia; por la asignación a los militares de tareas de espionaje interno –en este sentido debe analizarse la insistencia presidencial en mantener al general Milani (oficial de inteligencia) como jefe del Ejército pese a las denuncias en su contra por violaciones a los derechos humanos– y finalmente, en la fase operativa, la fuerza armada debe ayudar a paliar los efectos devastadores que producen los cataclismos naturales; es decir, transformar el Ejército en una ONG solidaria.
Ninguno de estos tres componentes pertenece a lo esencial de la función militar. Decir a los militares que no existen hipótesis de conflicto es algo equivalente a informar a los médicos que la población del país es sana y lo seguirá siendo. Por lo tanto, se deben buscar otras tareas a cumplir que, para el caso castrense, es el espionaje.
Es obvio que la vigilancia secreta se hará (se hace desde que el kirchnerismo asumió el poder) sobre los opositores políticos. Función ésta que en manos de militares reviste un peligro no desdeñable para la sociedad civil.
Dentro del rígido pensamiento binario castrense propia tropa-enemigo, los opositores pasarán a la categoría de enemigos y ya sabemos qué pueden llegar a hacer los militares con quien consideran su oponente.
La fuerza militar tiene que cumplir dos funciones básicas e indelegables. La primera es disuasiva y permanente y la segunda es eventual, cuando debe pasar a la fase ofensiva ante una orden del poder político; capacidades hoy inexistentes en las Fuerzas Armadas de la Nación.

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