11/09/2013
Por Monseñor Oscar
Ojea
En el Día del Maestro, a todos mis maestros, profesores, de
esta querida diócesis que presido como pastor, quiero enviarles un cariñoso
saludo. Y al hacerlo, decirles que pongo muchas esperanzas en este Congreso
Diocesano de Educación que estamos preparando juntos. Un congreso que nos va a
ayudar a trabajar en comunión, ayudarnos mutuamente a sostenernos, a aprender
unos de otros, en esta noble tarea en la que estamos empeñados, que es la tarea
de la educación.
Deseo contarles una anécdota. Siendo sacerdote joven era vicario
parroquial en Ntra. Sra. de la Piedad, una parroquia que queda cerca del
Congreso. Me llaman para un enfermo, subo al departamento y mi sorpresa fue que
la enferma era mi maestra de primero superior. María Elena Saavedra. A mí me
costó reconocerla. Ella me reconoció enseguida. También es verdad que había oído
hablar que había un curita de la parroquia cercana.
María Elena estaba enferma, era viuda, sus hijos estaban grandes,
pedía la Unción de los Enfermos porque se sentía muy enferma. Fue mi maestra de
primero superior. En aquél tiempo, cuando yo estudiaba, primero superior era una
especie de segundo grado. Yo no me olvido jamás de esta señora a quien acompañé
en este momento tan trascendental. Se levanto de la cama para recibirme y abrió
una caja enorme que tenía.
Vivía muy pobremente. La caja contenía cartitas,
pequeños regalos, pequeños obsequios que ella había recibido en su larga vida de
maestra. Me dijo “Oscar, aquí están mis tesoros”. Ella había experimentado la
gratitud de tantos chicos y de tantas madres a quienes había acompañado a lo
largo de los años. Me dijo algunas cosas sobre mi letra, se acordaba algunas
cosas de mi letra, cosa me emocionó profundamente, y sobre algunas cosas que yo
no me acordaba. En realidad el hecho de que fuera una maestra de vida lo
comprobé en ese instante y el hecho de que lo fuera era por saber valorar que el
tesoro de su vida había estado en entregarla. Por eso ese especie de cofre que
era una caja grande, en donde estaban sus recuerdos y las cartas que contenía de
agradecimiento, eran lo que le daba sentido a su vida, lo que había motivado su
vida y algo que la hacía sentir tan orgullosa que podía presentarse al Señor con
el corazón dilatado, con el corazón grande.
Tuve el privilegio de darle la Unción a mi maestra con mucha emoción
y en ella, agradecí a todos aquellos cuyas aulas frecuenté, presidieron mis
aulas, porque ellos ni saben el bien que me hicieron, porque el bien que puede
hacer un maestro no se mide en forma inmediata, es imposible, se ve a lo largo
de la vida y a lo largo del tiempo. Por eso es el trabajo más noble y por eso el
Señor Jesús es llamado Maestro porque quiso escribir en el corazón de todos
nosotros.
Una vez, en el siglo IXX, un pensador decía que Jesús no había
escrito nada. Que otros grandes pensadores habían escrito mucho, pero Jesús no
escribió nada y otro famoso escritor católico le contestó “Jesús es el Maestro y
él supo escribir en el corazón de aquellos que lo escuchaban y eso es lo que
narran los Evangelios, lo que quedó en el corazón de lo que Jesús fue
escribiendo.”
Que nosotros como maestros podamos retomar, resignificar nuestra
vocación, retomar la conciencia de aquello a lo que estamos llamados.
Que el Señor los bendiga y especialmente el Divino Maestro, en el Día
del Maestro.

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